1.5 Las revolucionarias
Las obreras de Petrogrado que se echaron a la calle espontáneamente —e incluso contra los dictados de las organizaciones existentes— el 23 de febrero de 1917 (8 de marzo), con ocasión del “día internacional de la mujer”, tras haber convencido también a sus compañeros de trabajo masculinos a unirse a la huelga, no imaginaban ciertamente los acontecimientos que propiciaría su manifestación. Empujadas por el hambre, por lo insoportable de las condiciones de trabajo, por la crisis producida por la guerra, se echaron a la calle para pedir simplemente pan y paz. Pero fue, en cambio, el principio de la Revolución rusa.
A pesar de los límites, los retrocesos, las resistencias conservadoras, las graves dificultades provocadas por la guerra civil y el ahogamiento de la estructura económica, los primeros años de la Revolución rusa representaron ciertamente el punto más alto del proceso de liberación y de emancipación de la mujer alcanzado hasta la actualidad. En ningún otro acontecimiento histórico las mujeres han podido disfrutar de una libertad y una dignidad tal, tener el reconocimiento de ser sujetos de pleno derecho, gozar de la posibilidad de participar activamente en la vida política y social, de contribuir activamente a la construcción de otro orden social y político, de decidir, en fin, sobre su propia vida.
Los diversos teóricos del bolchevismo ya antes de la revolución habían atribuido una importancia central a la liberación de la mujer. Los años de exilio, la clandestinidad y la deportación, la exclusión sistemática de la mujer de la vida social ordinaria, etc., habían desarrollado en muchos de ellos el desprecio por las normas convencionales y la modalidad de relaciones vigentes en la familia tradicional, en particular la pequeño burguesa. La vida en los márgenes, las peregrinaciones, la solidaridad entre compañeros de exilio las había liberado en parte del moralismo conservador que caracterizaba a las organizaciones del movimiento obrero de otros países. La familia, en la mayoría de casos, se consideraba un ámbito de perpetuación de la opresión y de transmisión de supersticiones, de prejuicios y de valores reaccionarios y conservadores, como un obstáculo para una vida social más plena y rica fuera de las cuatro paredes del hogar. Contra este modelo se valoraba la búsqueda de modalidades de relación más auténticas, basadas en el reconocimiento recíproco y ya no en la dependencia, los intereses económicos y las relaciones jerárquicas.
Los ejes de la liberación de la mujer, en las propuestas y los escritos de los bolcheviques, giraban en torno a dos elementos centrales: la liberación de la mujer del trabajo doméstico y su independencia económica del hombre a través de la plena participación en la actividad productiva.
La liberación del trabajo doméstico debería alcanzarse a través de su progresiva socialización, esto es, a través de la asunción por parte de la colectividad del trabajo de cuidados, que debía de ese modo dejar de ser un asunto privado, desarrollado entre las paredes del hogar. Se trataba de poner en pié una serie de servicios que habrían conducido a alcanzar dicho objetivo: guarderías, lavanderías, comedores… La solución al problema de la doble explotación de la mujer se identificaba por tanto con la socialización del trabajo doméstico más que con la puesta en cuestión de los roles tradicionales en el seno de la familia y de la división sexual del trabajo. Al contrario, se consideraba natural que quienes desarrollaran el trabajo de cuidados en las guarderías, en las lavanderías, en los comedores, en tanto que obreras asalariadas y no en tanto que esposas y madres, fueran de todos modos mujeres, puesto que se las juzgaba generalmente más predispuestas para este tipo de trabajos.
Sin embargo, seguía estando claro el objetivo de la liberación del tiempo de la mujer, a través de su emancipación de la servidumbre doméstica, que les habría permitido participar activamente en la vida política y social y también abrirse a ideas más revolucionarias.
En la línea de Engels, Bebel y Clara Zetkin, los bolcheviques atribuían, por lo demás, una importancia central a la plena integración de la mujer en el trabajo. Para poder ser realmente libres, las mujeres debían ser económicamente independientes de los hombres.
Las relaciones de pareja monogámicas y heterosexuales (sobre la homosexualidad las posiciones eran mucho más atrasadas) no eran puestas en cuestión en cuanto tales. Lo que se trataba de obtener era su transformación radical, también a través de la distensión de los lazos familiares y del entramado de relaciones interpersonales y de dependencia económica.
Si bien la monogamia no se puso en cuestión en sí
misma, en el seno del Partido Bolchevique pudo desarrollarse
una discusión prácticamente ausente en los debates
de la socialdemocracia alemana: el que abordaba el amor
libre o, mejor dicho, las relaciones afectivas y sexuales
entre los sexos. Un papel determinante en este sentido
fue desarrollado por Alexandra Kollontai, quien no solo
subrayó en sus escritos la importancia política de estos
temas, sino que luchó durante años contra el conservadurismo
de muchos miembros del partido. Perteneciente
a la corriente menchevique durante los años del exilio,
se había adherido al Partido Bolchevique en 1915. En
1917 consiguió, tras mucha insistencia, la creación de
una dirección del trabajo de las mujeres en el seno del
partido, que en 1919 se transformó en el Zenotdel. En el
seno del partido Kollontai encontró muy pronto un apoyo
muy significativo: el de Lenin. De hecho, éste, gracias a la
estrecha colaboración y al intercambio continuo con su mujer, Krupskaya, y con Inesa Armand, había madurado
plenamente la conciencia de la necesidad de una intervención
específica sobre las necesidades de las mujeres. Sin
una política capaz de dar una respuesta a los problemas
y a las necesidades de las mujeres, no habría sido posible
liberarla de la condición de dependencia económica y de
doble explotación que estaba en la base de su tendencial
conservadurismo político. Si se quería ganar a las mujeres,
el elemento más atrasado de la sociedad rusa, a la causa
revolucionaria era necesario desarrollar una política que
respondiese a su opresión específica.
A parte de Lenin, otros dirigentes bolcheviques se mostraron particularmente abiertos y dieron muestras de entender la necesidad de favorecer una mayor presencia y participación de las mujeres en la vida del partido y en la vida del soviet. Entre éstos se cuenta Sverdlov, quien hasta su muerte en 1919 prestó un apoyo organizativo significativo al trabajo de Kollontai, y Trotsky.
Para comprender plenamente el alcance de las medidas y de las reformas decididas tras la Revolución de Octubre es necesario referirse a la condición de las mujeres en la sociedad zarista. La ley zarista obligaba a la mujer a obedecer a su marido, reconocido como cabeza de familia, a someterse a él bajo cualquier circunstancia y a seguirle a dondequiera que fuese. Las mujeres no podían aceptar un trabajo u obtener una pasaporte sin la autorización del cabeza de familia. El divorcio era muy difícil de obtener, ya que estaba sometido al consentimiento de la Iglesia ortodoxa, además de muy costoso, y por tanto inaccesible para los pobres. La violencia doméstica era la regla: entre las familias campesinas regía la costumbre según la cual el padre de la esposa regalaba a su yerno un látigo, para ser utilizado en caso de necesidad. En el campo, además del trabajo de sol a sol junto a sus maridos, padres o hermanos, las mujeres debían cargar con todo el trabajo doméstico: lavar, coser, tejer, cocinar, transportar agua, ocuparse de los hijos, los ancianos y los maridos… En las ciudades trabajaban las mismas horas que los hombres, recibiendo un salario mucho menor y sin disfrutar de las protecciones más elementales. La prostitución ocasional representaba el último recurso frente al hambre y la miseria. La maternidad, en cambio, era un drama que empujaba a menudo al infanticidio.
La condición de la mujer en la Rusia zarista era por consiguiente bastante similar a la de una esclava. La Revolución hizo de ella una ciudadana.
En el periodo inmediatamente posterior a la Revolución de Octubre se introdujeron una serie de medidas destinadas a desmantelar la familia tradicional y la autoridad patriarcal en su seno. Con el nuevo código de familia se instituyó y se hizo fácilmente accesible el divorcio, se abolió la obligación de la mujer de tomar el apellido del marido, se anuló la atribución del rol de cabeza de familia al hombre y, por tanto, se sancionó la igualdad de derechos entre conyuges, se eliminó la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos y se derogó la obligación de seguir a la propia pareja en caso de cambio de residencia de ésta. También se abolió el poder de la Iglesia y se redujo al mínimo la injerencia del Estado en las relaciones matrimoniales. El nuevo Código de familia de 1927 facilitó todavía más el recurso al divorcio, sancionó el reconocimiento de las parejas de hecho y estableció la obligación, en caso de divorcio, de pagar los alimentos durante al menos 12 meses a las parejas que se encontraran en paro o inhabilitadas para el trabajo.
En 1920, un decreto legalizó el aborto: con este acto la Unión Soviética se convirtió en el primer Estado del mundo en otorgar a las mujeres la oportunidad de un aborto legal y gratuito.
El decreto sobre el seguro de enfermedad de diciembre de 1917 fue el inicio de una serie de medidas destinadas a poner en pié una protección social para el trabajo de las mujeres. Fue reconocido el derecho a un periodo de maternidad de dieciséis semanas antes y después del parto, el derecho a desempeñar trabajos ligeros para las mujeres embarazadas y la prohibición de mudarse a otra localidad sin el acuerdo del inspector de trabajo.
Las terribles condiciones económicas resultantes del estallido de la guerra civil, una fuerte resistencia por parte de los campesinos mismos a las medidas más avanzadas, incluidas las tentativas de creación de guarderías en los pueblos del campo y una desconfianza creciente por parte de las obreras hizo que la empresa se demostrara mucho más difícil de lo previsto. Por mucho que el gobierno bolchevique buscara crear la red de servicios que habría conducido a la progresiva socialización del trabajo doméstico, el hundimiento de la economía soviética ralentizó enormemente los pasos adelante en este campo. Las guarderías siguieron siendo muy escasas, los comedores servían una comida de muy mala calidad. La crisis económica, por lo demás, tuvo como primer efecto una oleada de paro femenino. La consecuencia fue que la mayor parte de las mujeres se mantuvo económicamente dependiente de los hombres y siguió siendo responsable del trabajo doméstico. En estas condiciones, también la prostitución dictada por la miseria siguió proliferando.
El grave deterioro de las condiciones económicas y la consiguiente ralentización de las políticas a favor de las mujeres contribuyó ciertamente a su creciente pasividad y a la desconfianza en relación con ese gobierno revolucionario que había prometido cambiar radicalmente su situación. A pesar de los esfuerzos del Zenotdel, de Alexandra Kollontai y de otras dirigentes y activistas, las afiliadas al partido en 1923 eran sólo 30.000, en su mayor parte procedentes de la clase obrera.
Si bien las políticas propuestas por el gobierno soviético habían encontrado en general una buena acogida entre las mujeres de la ciudad, fue mucho más difícil la relación con las campesinas, que en 1923 representaban solamente el 5% de las mujeres afiliadas al partido. En la mayor parte de los casos, las medidas propuestas se veían con gran sospecha, incluida la creación de guarderías en los pueblos, que parecía confirmar las leyendas según las cuales el nuevo gobierno habría arrebatado a numerosos niños de sus familias. Naturalmente, el atraso del campo, la superstición, el prejuicio y la fuerza de las estructuras patriarcales explican en buena medida la reacción de hostilidad demostrada por parte de las campesinas. Sin embargo, tiene una explicación todavía más decisiva en la situación particular en la que aquéllas se encontraban durante la guerra civil. A las graves dificultades económicas, que hacían difícil la realización concreta de las medidas propuestas, se añadía la debilidad de los soviets en el campo. Éstos no estaban en condiciones de proteger a las mujeres de las represalias y de las vejaciones que sufrían por parte de los hombres. La guerra primero y la guerra civil después habían dejado gran número de viudas y de mujeres sin marido, que intentaban cultivar sus parcelas por si mismas, sin la colaboración masculina.
Estas mujeres fueron sujetas a un verdadero proceso de expropiación por parte de los hombres, quienes, con la excusa de que el trabajo de las mujeres no era suficientemente productivo, obtenían una redistribución de la tierra ventajosa para ellos, dejando a las mujeres los lotes de tierra más pequeños e improductivos. Las campesinas que intentaban hacer valer sus derechos a menudo eran objeto de vejaciones o bromas y en la mayor parte de los casos los soviets no estaban en condiciones de evitar o poner fin a estas situaciones. Por lo demás, no faltaron casos de violencia, que llegaban al asesinato, a los perjuicios para los que decidían participar en las reuniones de mujeres organizadas por el soviet o por la sección local del Partido Bolchevique. En estas condiciones, para la mayor parte de las campesinas aferrarse a las viejas estructuras patriarcales, al matrimonio, a la familia, aun siendo la fuente de su opresión específica, parecía el único salvavidas ante la incerteza del hambre y la marginación.
A pesar de estas enormes dificultades, de los límites y contradicciones de la acción de los bolcheviques, de una falta de reflexión en el terreno de la autodeterminación sexual de las mujeres y de la identidad de género, la Rusia revolucionaria fue, al menos a finales de los años veinte, el contexto en el que las mujeres conocieron una posibilidad de libertad sin precedentes. En ningún evento como durante la Revolución rusa se había mostrado de un modo tan claro el lazo que unía, y que une, emancipación y autoorganización de las mujeres y movimiento obrero. Muy pronto llegaría el estalinismo y, con él, la política de los partidos comunistas de la Tercera Internacional ya burocratizada de romper ese lazo.