Paul Mepschen, 'En contra de la tolerancia'

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En contra de la tolerancia

Islam, sexualidad y las políticas de pertenencia en los Países Bajos

Paul Mepschen

El sexo juega un papel clave en las políticas holandesas de pertenencia. El sexo, especialmente la homosexualidad, es instrumentado por el derecho nacionalista y otros que lo utilizan para representar a los inmigrantes como “forasteros” que amenazan la sociedad holandesa, tolerante y moderna. La noción de tolerancia debe, por tanto, problematizarse. No funciona como un imperativo para la lucha política.

¿A caso la lucha contra el racismo se trata de tolerancia? No. Se trata de derechos y en contra de las relaciones opresivas de poder. ¿A caso la lucha feminista se trata de que sea tolerada por los hombres? Claro que no. Como argumenta Wendy Brown, la tolerancia es un discurso de poder que juega un papel clave en las dinámicas de inclusión y exclusión en sociedades liberales. Lo que es más, aferrarse a la tolerancia como fundamento del compromiso personal de lucha es lo que evita al movimiento de LGBT de reinventarse en una época en que la globalización y el surgimiento de la islamofobia están cambiando radicalmente, y es lo que se exige de nuestros movimientos: de qué manera nuestras luchas se relacionan con otras luchas, con el estado y con los discursos liberales dominantes. Mientras que la situación en los Países Bajos sirve, tal vez, como ejemplo principal del enredo de las políticas de LGBT respecto al racismo y la islamofobia, los retos a los que nos enfrentamos se reflejan en otras partes del mundo y no pueden comprenderse sin tomar en cuenta las ideologías que adornan el ataque global en contra del Islam. Islamofobia y las políticas de LGBT

En los Países Bajos, las políticas de LGBT se han reducido enormemente a la cuestión de una notable falta de tolerancia hacia los homosexuales entre los musulmanes. El discurso que se presenta es uno en que los ciudadanos nativos holandeses se conciben como tolerantes mientras que las “otras” culturas de la sociedad, especialmente los musulmanes, se representan como intolerantes. La homofobia se concibe como ajena a la sociedad holandesa, moderna y secular. La estructura heteronormativa de la sociedad casi ha desaparecido por completo del debate y de las políticas de LGBT, mientras que la cuestión del Islam y la tolerancia ha tomado un primer lugar. En el discurso público, se ha instrumentado a la homosexualidad para concebir al Islam como totalmente antagónico a los “valores” holandeses, modernos y tolerantes, mientras que la tolerancia se convirtió en uno de los principales marcadores de la autoctonía.

Con ayuda de los acontecimientos del 11 de septiembre, el populista soltero más exitoso del ala derechista en la historia holandesa, Pim Fortuyn, utilizó este discurso de tolerancia holandesa para hacer posible su impresionante escenario político en 2001 y 2002. Fortuyn combinó una estética política en extremo personal, casi erótica, y carisma con ideas políticas neo-nacionalistas e islamofóbicas e hizo realidad un deseo profundo de pertenencia, sentido, dirección, de una identidad cerrada y clara y definió mucho más estrictamente la definición de “el otro”. Fortuyn quiso encarnar lo que él entendía que era la nación holandesa moderna, libre y tolerante, y así lo hizo al traer las normas y estéticas sexuales de una parte de la comunidad gay masculina al dominio público holandés. Como parte esencial de este discurso y representación políticos, a los musulmanes se les representaba intolerantes, primitivos y tradicionales: un triángulo de alteridad que los hacía completamente incongruentes con la sociedad holandesa. Obviamente, la mediación masiva de los comentarios homofóbicos de varias figuras islámicas ortodoxas y varios asuntos concernientes a formas viscerales de homofobia en círculos musulmanes, ayudaron en gran medida a Fortuyn a reforzar su punto. La receta de Fortuyn en contra de lo que él llamó “el atraso agrario” del Islam: regresar a la sociedad holandesa al camino de la modernidad y la secularización a través de políticas rigurosas de integración y de fronteras cerradas.

Homofobia cotidiana

La tolerancia hacia la homosexualidad está acompañada de una creciente intolerancia hacia los musulmanes y otros inmigrantes, otros forasteros y los pobres. La cultura de la minoría musulmana está enmarcada como un todo esencial, natural, uniforme y ahistórico, mientras la homofobia se concibe como ajena a la sociedad holandesa. La narrativa se ha enraizado mucho más profundamente en la sociedad holandesa. Hoy en día, es casi imposible imaginar discutir los derechos de LGBT sin desterrar al Islam y los musulmanes. La narrativa hegemónica es que la empacipación gay y lesbiana está casi finalizada y que el único problema que queda es la falta de integración de los musulmanes en la sociedad holandesa. Sin embargo, la investigación demuestra que, confrontados con la homosexualidad pública, una gran parte de los holoandeses aun responde con repugnancia y aversión. Con demasiada frecuencia, esta repugnancia conduce a la violencia. Este comportamiento no puede reducirse a la cultura y religión de los jóvenes involucrados. De hecho, se atribuye la culpa a su exclusión y marginalización social como el candidato más prominente.

Lo que ocasiona la repugnancia mencionada anteriormente es la heteronormativa, que aun es un aspecto estructural y esencial y de orden moral de la sociedad holandesa. En otras palabras, la heterosexualidad continúa siendo la norma manifiesta. Una normativa que se reproduce a través de la familia, en el sistema educativo, la cultura popular y los medios de comunicación. El homosexual tolerado encaja muy bien en esta heteronormativa: casi en todo se comporta de acuerdo con las normas heteronormativas. Como señala Steven Seidman, el énfasis en la tolerancia ha normalizado la homosexualidad. El homosexual moderno cambió de un otro desviado y excluido a la imagen del heterosexual ideal: “La normalización ha sido posible ya que reproduce simultáneamente un orden dominante de prácticas de género, íntimas, económicas y nacionales”. Y advierte: “[L]a legitimación a través de la normalización deja en posición el estatus contaminado de sus sexualidades marginales, y todas las normas que regulan nuestra conducta sexual íntima se apartan de la norma de heterosexualidad” (Ibíd.).

En artículos recientes, la filósofa feminista Judith Butler critica con razón y con dureza la confusión entre políticas sexuales y políticas del imperio y arguye por una clase de políticas sexuales que se opongan a la islamofobia, el racismo y el imperialismo y que traten de encontrar puntos convergentes de antirracismo y luchas de LGBT. Desafortunadamente, Butler no elabora mucho. A mi parecer, es la labor de movimientos críticos, antirracistas y queer pensar acerca de y desarrollar formas de políticas sexuales más allá de la tolerancia, en contra de la tolerancia. La sociedad heteronormativa contra la cual están luchando los queers radicales es la misma sociedad que excluye y discrimina en contra de los inmigrantes. Existen puntos convergentes, por ejemplo, en el plano educativo donde existe toda la razón para luchar tanto en contra de la heterosexualidad implícita así como contra la desventaja estructural de niñas y chiquillos inmigrantes. Activistas antirracistas y de LGBT pueden encontrarse también en solidaridad con los puntos de LGBT para comunidades minoritarias y en solidaridad con los refugiados homosexuales y sus derechos.

La tolerancia es ideológica. No luchamos para volvernos tolerables sino para cambiar al mundo. La tolerancia es un constructo ideológico que desarma al movimiento de LGBT y nos coloca en contra en oposición a junto con las minorías oprimidas.


Paul Mepschen es miembro del consejo editorial de la revista radical y socialista Grenzeloos y trabaja como Doctor investigador en un proyecto llamado “pertenencias tangibles”, que trata sobre cuestiones de ciudadanía, subjetividad y estéticas en comunidades locales.