Extracto de Peter Drucker: Warped

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extracto del libro de Peter : Warped Intersectionality Jump to: navigation, search

Torcido/a: La normalidad gay y el anti-capitalismo queer

por Peter Drucker

En la imprenta, a ser publicado por Brill/Historical Materialism, 2015.

Extractos de la Introducción

[. . . ]

Mi punto de partida es la comprensión de que ya no existe, si es que alguna vez existió, una sola, unificada política marxista. En casi todos los debates más feroces que han dividido a los movimientos LGBT desde los años setenta, diversas/os participantes se han cubierto del manto del marxismo argumentando posiciones contrapuestas. Este es un reflejo en parte de las profundas divisiones entre los diferentes marxismos durante el último siglo: están los que defienden reforma o revolución; los partidarios de una democracia de base o una mano guía de arriba por parte de una vanguardia supuestamente científicamente informada; los que han dado la bienvenida entusiasta a los movimientos como el feminismo o aquellos que han tendido a ser sospechos/as de movimientos diferentes al de los trabajadores como posibles fuentes de desviaciones pequeño burguesas.

La tendencia dominante dentro de la izquierda marxista, no sólo en el momento culminante de la homofobia estalinista desde los años treinta hasta los años cincuenta del siglo pasado, sino mucho más allá, ha sido heteronormativa. Aun en muchas organizaciones actuales que tienen posiciones positivas en el papel sobre la liberación LGBT, y cuyos dirigentes se oponen personalmente de manera clara y sincera al heterosexismo, la heterosexualidad de sus miembros tiende a ser supuesta y persiste la heteronormatividad de su cultura interna.

En esta introducción, entonces, mi intención es plantear los fundamentos teóricos del tipo de marxismo que yo creo son requeridos por los movimientos LGBT. Este marxismo nunca podrá ser monolítico; seguirá siendo lo que lo ha llamado Bensaid: “un archipiélago de controversias, conjeturas, refutaciones y experiencias”. Pero, como mínimo, puede y debe ser anti-reduccionista, no euro-centrista, y anti-economista, y debe fundarse sobre el imperativo básico de la auto-organización de todos y todas las/los oprimidas/os. Yo creo que este marxismo es particularmente indispensable para poder comprender la opresión y la disidencia sexuales y de género, y que una dimensión sexual tiene que ser incorporada a los otros movimientos progresistas también para que sean efectivos. Necesitamos una manera de “imaginar y formar una capacidad de acción colectiva de clase que no cosifique ‘el proletariado’, excluya la sexualidad, o la relegue a un estatus secundario”.

Quisiera en especial contribuir a la renovación de los debates feministas socialistas de los años setenta y ochenta del siglo pasado para apoyar a las feministas socialistas que han seguido insistiendo que el capitalismo, en su esencia, es un modo de producción y reproducción social que tiene un carácter de género en sí, y que requiere ser combatido como tal. También apoyo la integración a la política marxista de percepciones claves de otros paradigmas que han sido importantes para la política queer, como el freudianismo radical pionero de Marcuse, entre otros, la posición libertaria radical de Foucault, y el activismo queer –especialmente el activismo queer anti-racista— ligado hasta cierto punto a la teoría queer reciente.

Simplemente bosquejar esta agenda muy ambiciosa es un acto que cuestiona los límites de lo que es el retorno, todavía tentativo, de los estudios queer a una interlocución con el marxismo. Para algunos de nosotros/as, la renovada disponibilidad a discutir el marxismo entre algunas corrientes queer es el cumplimiento de un sueño que hemos albergado durante muchos años solitarios. Sin embargo, nuestro entusiasmo tiene que ser atemperado con una conciencia de los límites de las aperturas que han existido hasta ahora. Puede estar subiendo la marea, pero aun así, sólo ha cubierto la mitad de la arena.

Con demasiada frecuencia aun hoy, “la relación entre las identidades sexuales y el capitalismo sigue mayormente [. . .] sin explorar e incluso innombrable”. Quizá el tabú sobre el marxismo se haya debilitado. Y el tono crítico de las discusiones queer acerca del marxismo es completamente justificado; las debilidades de la tradición con respecto a la política sexual son innegables. Aquellos/as marxistas que sí han intentado ligar el capitalismo a las identidades sexuales demasiadas veces han dejado de reconocer qué tan “compleja, indirecta, e históricamente variable” es esta relación. Muchos/as críticos/as con justicia han “cuestionado los vacíos históricos de la economía política y el marxismo al pensar género, raza, y sexualidad”. Como lo ha comentado agriamente un marxista, algunos/as marxistas tratan “El Capital como si fuera un limón, como si al exprimirlo lo suficiente, iban a salir todas las categorías de la vida social”. Aun algunos/as marxistas LGBT han sido “seducidos/as por un proyecto esencialmente heterosexista en el que los asuntos gay son puestos a un lado”.

La fortaleza singular del marxismo es su comprensión de las dinámicas del capitalismo y del papel clave que la clase obrera puede desempeñar (y a veces de hecho sí desempeña) en la resistencia del poder del capital. Pero lo que especialmente debe llamar la atención de los/as activistas y teóricos/as LGBT es su efectividad en la creación de un análisis y política sexuales radicales y multidimensionales que abarca al nacionalismo, la raza y el género además del asunto de clase y el capital. Y los/as marxistas críticos/as han trabajado durante décadas para afilar su efectividad, no sólo en los años emocionantes de los setentas y el principio de los ochenta, sino en las décadas más difíciles que han transcurrido desde entonces. Particularmente desde los años ochenta, la cada vez más clara ineficacia de las formas anteriores de organización de clase obrera han sido un acicate para que presten atención a otras agentes posibles de la transformación social, como los pueblos indígenas, las mujeres, y las personas LGBT. Este libro tiene como objetivo mostrar que la reinvención de una política clasista de transformación anti-capitalista sólo puede llevarse a cabo si interactúa con corrientes sin una base clasista como las/los queers radicales.

La experiencia histórica (no sólo en Rusia en 1917 y Francia en 1968, sino más recientemente en las experiencias del papel desempeñado por el movimiento sindical/obrero en el derrocamiento de las dictaduras en países tan diversos como Brasil, Polonia, Corea del Sur, Túnez y otros) ha demostrado el tremendo poder potencial de la clase trabajadora. Pero hoy vemos que el neoliberalismo ha fragmentado y debilitado cada vez más los movimientos de las/los trabajadoras/es. Como consecuencia, muchas de las formas más fuertes de resistencia al neoliberalismo han tenido bases no clasistas. Los movimientos anti-neoliberales organizados en torno a identidades no clasistas no siempre han asumido formas progresistas. Las crisis paralelas del capitalismo y las alternativas no-capitalistas han favorecido el desarrollo de “reacciones no racionales, y a veces irracionales” que han asumido la forma de movimientos religiosos, nacionales y basados en otras identidades.

En el mundo angloparlante, las/los activistas de izquierda describen estos movimientos de manera más o menos peyorativa como “política de identidad”. Algunos/as marxistas se refieren al fenómeno de manera completamente desdeñosa, y describen a los movimientos basados en la identidad como “gritos de auxilio en lugar de portadores de programas”, “gritos pidiendo alguna ‘comunidad’ al cual pertenecer en un mundo de aislamiento social, un refugio en la selva”. Aun las/los marxistas LGBT a veces utilizan este desdén para referirse a la política de identidad. Puede, de hecho ser “una barrera a la solución de injusticias basadas en clase” al alentar “lealtad de grupo trans-clase” beneficiando fundamentalmente a direcciones clasemedieras. Y en última instancia, los intentos de “vivir una vida sexualmente liberada bajo las circunstancias materiales actuales siempre se enfrentarán a las limitantes reales de la existencia cotidiana de las personas”.

Pero “las circunstancias materiales actuales” no se pueden reducir solamente al capitalismo o la opresión de clase. Las identidades no basadas en clase se tienen que analizar concretamente, caso por caso, distinguiendo particularmente las identidades impuestas de las que han sido escogidas libremente, las identidades fijas de las fluidas, las identidades monolíticas de las transversales. El potencial de las identidades como fuentes de fuerza y sitios de resistencia tiene que ser reconocido. Se requiere mantener abierta la posibilidad de desplegarlas de tal manera que no se petrifican, sino que aprovechar el elemento que contenga que es lo más dinámico y abierto. Además, las identidades no basadas en clase no pueden ser completamente comprendidas si son vistas solamente como divisiones cultivadas por la clase dominante en aras de perpetuar su dominio. Mientras la patronal y los políticos derechistas sí aprovechan todo tipo de prejuicio, ello no es suficiente explicación de la fuerza de la norma heterosexual o de la persistencia de los prejuicios anti-LGBT aún en ausencia de una influencia directa o visible de la clase dominante.

Como ha argumentado Hennessy, las necesidades afectivas y sexuales no satisfechas son sólo una parte del dominio mucho más amplio de las “necesidades prohibidas”, que son “el monstruoso ‘exterior’ del capitalismo que lo atormenta”. Un desafío central, entonces, en la construcción de un movimiento anti-capitalista es intervenir en los puntos “donde el trabajo y el deseo se encuentran”. Esto significa que hay que reconocer que “una política sin sexualidad está condenada al fracaso o a la deformación”.

De hecho, la cultura, la clase, la comunidad, y el deseo siempre han sido claves para la organización clasista en sí. La política clasista también abarca fundamentalmente a la cultura y la comunidad, a las personas trabajadoras como “miembros plenos y que comparten la vida colectiva”. Todos los estudios de los movimientos de las clases obreras y la política han demostrado que la clase “se experimenta a través de la raza y el género”. La política de la identidad muchas veces ha enriquecido la comprensión de clase en lugar de desplazarla. De tal modo que el esfuerzo de organización clasista es imposible sin tomar en cuenta la manera en que la clase es experimentada realmente, a través de la raza, el género, y la sexualidad en especial, incluyendo asuntos como la vida familiar que la política queer retoma. De manera alguna es ésta una tarea fácil. Toda la segunda sección de este libro se dedica a tratar de desentrañar cómo enfrentar este desafío de varias maneras. Pero ninguna izquierda que no lo trate de resolver puede tener éxito hoy.

Dejar de reconocer la interdependencia de clase y otras identidades exacerba la tendencia de las formaciones políticas basadas en la identidad a irse poco a poco hacia la derecha hacia el seno del neoliberalismo, al mismo tiempo que son denigradas y menospreciadas por parte de la izquierda: “un espiral completamente contraproducente y auto-propagado hacia la sisma política”. El descuido del tema de clase en la política basada en la identidad tiene su paralelo en la tendencia del economicismo (un enfoque exclusivo sobre la clase y otros factores económicos) a descuidar todo lo demás. La ferocidad del choque entre el economicismo y la política basada en la identidad muchas veces esconde el hecho de que cada uno está propagando una especie de reformismo que compiten entre sí, cada uno a su manera resistiéndose al potencial radical que una síntesis de los movimientos con bases clasistas con otros movimientos podría producir.

Los queers no-marxistas también tendrían que plantearse algunos interrogantes difíciles. Por ejemplo, después de décadas de retrocesos ante el tema de la clase en la academia mientras los conflictos de clase se intensificaban, ¿es posible hablar seriamente ahora en los círculos LGBT sobre el movimiento de los trabajadores y los partidos de izquierda? ¿Es posible enfrentar directa y consistentemente las barreras a la participación en el activismo queer por parte de personas de la clase trabajadora y el 80 por ciento más pobre de la población mundial? ¿Es posible sugerir que Lenin —se haya equivocado como se haya equivocado— no haya sin embargo hecho contribuciones significativas al anti-racismo, la liberación nacional y las luchas en contra de las formas no-clasistas de opresión en general? ¿Es posible discutir el feminismo socialista y un mundo posible más allá del capitalismo con sesgo de género? La publicación de este libro tiene como objetivo ayudar a abrir el debate sobre estos temas. El tiempo nos dirá, por supuesto, qué tanta discusión habrá y de qué tipo será.

Existe una resistencia a las discusiones de este tipo aún entre los queers radicales. Mientras los estudios queer han sido acompañados cada vez más de una crítica del neoliberalismo, e incluso han asumido posiciones anti-capitalistas y utilizado categorías marxistas de análisis, muchas veces siguen rechazando la tradición histórica de la izquierda “como modelo [aún un modelo críticamente reformulado] para un nuevo involucramiento político”.

Aún si los marxistas pueden ofrecer un modelo de involucramiento críticamente reformulado, no pueden presentarse legítimamente como dueños de un monopolio del radicalismo queer. Al igual que en el caso de la resistencia al neoliberalismo, que es y tiene que ser muchísimo más amplio que los que están comprometidas/os con derrocamiento del capitalismo, las/los marxistas deberían esperar ser aceptadas/os como una sola tendencia entre varias que están intentando crear una política queer feminista, anti-racista, clasista, masiva y global. Pueden mostrar que tienen contribuciones útiles que hacer sin ganar a todos a su punto de vista completo. Las y los marxistas, sin embargo, pueden intentar desempeñar el papel de ser la columna vertebral de una nueva política queer de dos maneras. Por un lado, con base en su comprensión de la importancia vital de hacer contacto con las personas trabajadoras LGBT, las y los marxistas pueden ayudar a prevenir la tendencia de los radicales queer a auto-aislarse en su sub-cultura. Por el otro lado, con base en una comprensión del daño hecho por las versiones centro-izquierda del neoliberalismo con “una cara humana”, las y los marxistas pueden ayudar a evitar que las y los de izquierda (sin importar su sexualidad o ideología) caigan en la fuerte tentación de coincidir en una forma más gentil de acomodo.

Prestar más atención al capitalismo podría “restaurar a ‘queer’ [. . .] una parte del potencial político del cual se ha desconectado en años recientes”. Y ¿quién sabe? A pesar de la seriedad del desafío que estamos enfrentando, quizá restaurar horizontes más amplios a “la política del placer servirá para profundizar los placeres y además ampliar las posibilidades de la política”.

[. . .]

Las feministas hoy están cada vez más “sensibles a las intersecciones de raza, clase y sexualidad dentro del género”. Las feministas negras que se han centrado en la lucha en contra de la discriminación racista y la violencia en particular, como Kimberle Crenshaw y Patricia Hill Collins, han sido pioneras en el “análisis interseccional” que enfatiza la imbricación inextricable de las estructuras de poder y opresiones fundadas sobre clase, “raza”, género y sexualidad. Las feministas socialistas ya habían advertido que no se puede suponer que todas las mujeres tienen “una situación común y unificada”, y específicamente habían instado al análisis de las tensiones raciales entre las mujeres, entre los trabajadores y en la sociedad en general. En los años que siguieron, feministas no-blancas “sacaron a la luz los supuestos de la universalidad en la teoría feminista”, de tal manera que el análisis interseccional podía continuar ahí donde las feministas tempranas terminaron. Exploraron su propia situación en “una ubicación que resiste ser contada”, y mostraron cómo las herramientas del feminismo y el anti-racismo eran insuficientes cuando se encontraban aisladas el uno del otro, aún en el enfrentamiento con las opresiones que eran centrales para cada uno.

Existen “múltiples e intersectados sistemas de poder que dictan en gran medida nuestras oportunidades de vida” y “regulan y vigilan la vida de la mayoría de las personas”. Esta observación tiene importantes implicaciones para la política sexual. La desviación sexual ha sido utilizada de muchísimas maneras, por ejemplo, para satanizar a las mujeres, incluyendo a las mujeres no-blancas, heterosexuales “promiscuas”, una satanización que también funciona como “imagen controladora” para las mujeres blancas de clase trabajadora. Reconocer este tipo de dinámicas pueden ser la base de un análisis sofisticada de “quién y qué es el enemigo y adónde podemos encontrar a nuestros/as aliados/as”, y una nueva identidad política que es “verdaderamente liberadora, transformadora, e incluyente”. Cohen ha escrito que “la multiplicidad e interconexión de nuestras identidades ofrecen la vía más prometedora para la desestabilización y politización radical” de todas las categorías identitarias.

Un enfoque verdaderamente interseccional va más allá del reconocimiento de que los lazos entre el género, el racismo, la clase y las sexualidades existen: exige la necesidad de una política cabalmente transversal en torno a nuevas “ataduras” liberadoras. Gloria Wekker, por ejemplo, ha preferido no utilizar la palabra “lesbiana” para nada como una categoría que abarcara completamente la experiencia de las mujeres que aman a las mujeres debido a su “situación euro-estadounidense”, “el bagaje no deseado “que lo acompaña, y el descuido de las muchas maneras en las que “la sexualidad femenina negra ha sido calumniada y vilipendiada”. Esta es sólo un ejemplo de cómo la política interseccional puede iluminar temas que parecen ser antiguos. En las palabras de Duggan, las personas LGBT tenemos que ir más allá de una política de un solo tema: “No vivimos vidas que abarcan un solo tema”.

No es de sorprenderse debido a su origen entre feministas negras que el análisis interseccional ha enfatizado hasta ahora la intersección de “raza” y género en los países imperialistas. Integrar observaciones marxistas podría ayudar a incrementar su alcance aún más. Las/los marxistas pueden ayudar —y lo están haciendo— a transformar la clase y la economía de ser los hijastros/as menospreciados/as del análisis interseccional en un ente completamente igual, y así agregar lazos cruciales como el ejército de reserva racializado. Mientras el análisis interseccional ha presentado avances en lo que hoy se llama “estudios post-coloniales”, una comprensión del imperialismo y el compromiso con la lucha en su contra derivados del marxismo pueden ayudar a diseminar la política interseccional más ampliamente en los movimientos de masas en el mundo dependiente. El resultado debería ser una política clasista internacionalista que sea también una política global de arcoíris.


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