Danile Tanuro: Por una reconstrucción ecológica del marxismo
Por una reconstrucción ecológica del marxismo
Por la primera vez en su historia, la humanidad en su conjunto debe pensar en su emancipación bajo una coacción ecológica global, esencial por una migración de personas e insuperable por una alta productividad del trabajo. Este cambio radical en las condiciones objetivas obliga a reexaminar todos los proyectos políticos que vislumbran instaurar el “reino de la libertad” en la Tierra (MARX, 1984, p. 855).
Un gran desafío
El cambio climático está en relación con el desafío. Tener una posibilidad sobre dos de no sobrepasar en dos grados la temperatura implica que el consumo final de energía baje a la mitad en la Unión Europea, y de tres cuartas partes en los Estados Unidos, de ahora hasta el 2050 (ONU, 2011). Tales objetivos no pueden esperarse sin una disminución en la producción material y de transportes, al menos, en los países “desarrollados”.
Se trata de construir un sistema energético totalmente nuevo –descentralizado, 100% renovable, concebido para maximizar la eficiencia termodinámica sobre la eficiencia-costo; y esta gran mutación debe realizarse en dos generaciones. Esto precisa de la planificación de inversiones en los grande consumidores de energía, quienes al inicio de la transición, siguen consumiendo los recursos fósiles en más de un 80%. La transición en sí, será pues la fuente de un sobre-crecimiento en las emisiones y deberá compensarse imperativamente.
Huelga decir que estas obligaciones no podrán ser respetadas en el marco del capitalismo. Un capitalismo planificado, sin crecimiento y que reconozca al beneficio como indicador es, evidentemente, imposible. La catástrofe no puede ser evitada que en un marco donde en modo de producción de corte socialista, basado en la satisfacción de necesidades humanas reales, democráticamente determinadas y en la supresión de producciones obsoletas y fútiles.
El marxismo en cuestión
Sin embargo, frente a esta constricción ecológica, la pregunta se impone: ¿En qué medida, el pensamiento de Marx continua vigente? Sujeto de la transformación socialista, la clase obrera construyó un sindicalismo productivista. Los regímenes que se reconocían en el marxismo compitieron –y compiten, todavía– con el capitalismo en la destrucción del medio ambiente. La cuasi-totalidad de los grupos marxistas faltó a la cita con la cuestión ecológica en los años sesenta del siglo pasado, y muchos de ellos, se contentan en utilizar las amenazas medioambientales con fine de propaganda anti-capitalista general.
Para algunos, el materialismo histórico no es apropiado para la comprensión de la relación entre la sociedad y el entorno. Thomas Malthus regresa para estar de moda, a tal grado, que muchos autores lo consideran como el primer ecologista moderno. La crítica a-histórica de la técnica efectuada por Heidegger encuentra un gran eco en las obras de Hans Jonas, Jacques Ellul y André Lebeau. Para otros, como John Stuart Mill o Pierre-Joseph Proudhon, se trataría de buscar pistas para salir del productivismo, del consumo y de la hiper-centralización técnica y política de las sociedades.
Por el contrario, John B. Foster considera que existe una “ecología de Marx” (FOSTER, 2000). Una opinión parecida es defendida por Paul Burkett (1999). Ambos autores tienen el mérito de poner las cosas en claro sobre el llamado “productivismo” de Marx, pero tienden a caer en la apología y en el anacronismo. La tesis que defenderemos aquí es diferente: - La concepción marxista de las relaciones humanidad-naturaleza constituye un marco adecuado y su crítica al modo de producción capitalista proporciona instrumentos indispensables en la comprensión de la “crisis ecológica”. Existen muchísimas “intuiciones ecológicas” en Marx, contrariamente a lo que sostenía Daniel Bensaïd (BENSAID, 2002); - Al mismo tiempo, la obra de Marx está atravesada de tensiones, zonas obscuras y contradictorias. Su “ecología” no es más que un potencial donde la realización pasa por una reapropiación crítica e una práctica de lucha, una reconstrucción.
Dos caras de la misma moneda
Faltaría más espacio para discutir aquí la concepción que Marx tiene de la naturaleza en general y de la naturaleza humana en particular, de la relación entre ambas y de su evolución histórica. Se abordará directamente el segundo punto: la elucidación que la crítica del capitalismo arroja sobre la “crisis ecológica”1 contemporánea.
De entrada, conviene subrayar que, en el espíritu de Marx, la explotación del trabajo y de la naturaleza son dos procesos inseparables en la sociedad capitalista. Por cuatro principales razones:
-Primo, la fuerza de trabajo humano es de suyo un recurso natural. La “fuerza natural del hombre” y la “fuerza natural de la tierra” constituyen “las dos única fuentes de toda riqueza” expoliadas por el capital;
-Secundo, la explotación de esta fuerza como mercancía presupone que el productor sea separado de otros recursos naturales, por la apropiación capitalista de la tierra. Sin este “extremo desgaste” entre el ser humano y su “cuerpo inorgánico”, no hay industrialización ni urbanización capitalista (MARX, 1972, p. 159);
-Tertio, como el monopolio de la clase de terratenientes sobre la tierra impide la igualación de la tasa de ganancia, la productividad de malas tierras determina el valor de los productos agrícolas, estos puedes ser vendidos en su valor –superior al precio de su producción, y toda inversión del capital sobre la tierra más fértil aumenta el monto de la renta diferenciada. Es más, durante el largo periodo que la compasión orgánica del capital agrícola es más débil dentro de la media de aquella del capital industrial, cada propietario percibe también una renta absoluta, incluso sobre las peores tierras. Además, la renta se debe a la sobre-ganancia acaparada a expensas de los otros sectores y de la sociedad entera. Tomado como consumador, esta desperdicia de trabajo social para pagar los productos del suelo por encima de su precio;
-Quarto: la explotación combinada del trabajo y de otros recursos tiene consecuencias tanto en la agricultura como en la industria. En el campo, fomenta una agricultura cada vez más intensa, especializada, capitalista y con mano de obra pobre. En la ciudad, contribuye a compensar la caída tendencial de la tasa de ganancia por una disminución relativa del valor de la fuerza de trabajo –posible porque la agricultura capitalista tiende a reducir los costos en los alimentos de base (gracias a la mecanización, la concentración de la tierra, etc.).
La capacidad, en este análisis, de ligar la integración creciente de la industria, la agricultura y la financia y sus actuales secuelas (la “mala comida”, el campo vacio, las aguas contaminadas, la tierra agotada, la apropiación de recursos) aparece nítidamente en la conclusión que Marx saca en El Capital, al final de la larga sección dedicada a la renta capitalista de la tierra:
“La gran industria y la agricultura industrialmente explotada en gran escala operan en forma conjunta. Si en un principio se distinguen por el hecho de que la primera devasta y arruina más la fuerza de trabajo, y por ende la fuerza natural del hombre, mientras que la segunda depreda en forma más directa la fuerza natural del suelo, en el curso ulterior de los sucesos ambas se estrechan la mano, puesto que el sistema industrial rural también extenúa a los obreros, mientras que la industria y el comercio, por su parte, procuran a la agricultura los medios para el agotamiento del suelo” (MARX, 1984, p. 848).
¿Productivismo?
Marx no es un “productivista” pues se opone la producción de valores de uso con los valores de cambio. Desde el cuarto capítulo de El Capital, él coloca claramente la diferencia entre la primera con la segunda así: la forma M-D-M (mercancía-dinero-mercancía) es limitada por la finitud de las necesidades humanas; mientras que la forma capitalista D-M-D’ (dinero-mercancía-dinero prima, es decir, “más dinero”) “no tiene fin” porque “el comienzo y el fin son una solo y misma cosa, dinero, valor de cambio” (…) por tanto “la circulación contiene su finalidad en sí, ya que esto no es más que el perene movimiento renovado que el valor contiene para hacerse valor”. “El movimiento del capital no tiene por tanto limites” (MARX, 1969, pp. 118-119). Más claro: no conoce otro límite que el del capital mismo, en otras palabras, la relación social de explotación que tiene por condición la apropiación de los recursos. La famosa fórmula por la que Marx coloca que el capital agota las dos únicas fuentes de toda riqueza –la tierra y el trabajador– (Ibíd., p. 363), se desprende de este análisis. Es la misma idea de un agotamiento conjunto de las fuerzas del hombre y de la tierra que está desarrollada en la cita anterior.
Las implicaciones a largo término de la dinámica de la acumulación sin límites del valor son explorados con una asombrosa presciencia en un pasaje poco conocido de los Grundrisse: “La producción de plus valor relativo, basado en el aumento de las fuerzas productivas, exige la creación de un consumo nuevo; al seno de la circulación, la esfera del consumo deberá por tanto aumentar también en la esfera productiva. Como resultado: 1) se extiende cuantitativamente el consumo existente; 2) se crean necesidades exageradas propagando las necesidades en una esfera mayor; 3) se crean nuevas necesidades, se descubre y se producen nuevos valores de cambio (…) De ahí que hay que explorar la naturaleza para descubrir los objetos de propiedad y de los nuevos valores para intercambiar, a una escala universal, los productos de todas las latitudes y de todos los países, y someter los frutos de la naturaleza a tratamientos artificiales con la finalidad de otorgar valores de uso nuevos. Exploraremos la tierra en todos los sentidos, tanto para descubrir los nuevos objetos útiles como para otorgarles valores de uso nuevos a los antiguos objetos; se utilizara estos últimos de algún modo como materia primaria; se desarrollara por tanto al máximo las ciencias de la naturaleza. Nos esforzaremos, por otra parte, en descubrir, en crear y en satisfacer las necesidades que resultan de la sociedad misma” (MARX, 1973, pp 213-214) Las modificaciones genéticas, la apropiación de genomas, el biometismo industrial, entre otros, entran perfectamente en este marco.
Algunos afirman que la fe marxista en las posibilidades de desarrollo de las fuerzas productivas seria análoga a las concepciones neoliberales sobre la sustentabilidad absoluta del capital sobre los recursos. La cita siguiente muestra que no es así:
“Supongamos, dice Marx, que las máquinas, los productos técnicos, etc. ocupan un lugar cada vez mayor. Hay que tomar en cuenta, que en la agricultura (como en la industria extractiva) no interviene solamente la productividad social sino también la productividad natural. Es posible que el aumento de la productividad social apenas compense o incluso no compense la disminución de la fuerza natural, pero todos modos esta compensación solo tendrá un efecto temporal” (MARX, 1984, p. 802)
¿Por qué Marx sostiene que el aumento de la productividad social apenas compense o incluso no compense la disminución de la fuerza natural? Porque él sabe, gracias a Liebig, que el aumento de la productividad agrícola no es una función lineal sino decreciente del aporte del capital bajo la forma de máquinas y de productos químicos, por ejemplo, los fertilizantes.
¿Por qué escribe que esta compensación no será que temporal? Porque está consciente del hecho que los aportes del capital no puede sino diferir las consecuencias de la ruptura del ciclo de nutrientes impulsados por la urbanización, como fue descrito por Liebig.
Anticipaciones geniales
La comprensión de la evolución combinada entre la agricultura y la industria capitalistas, la primera dependiente en mayor medida de la productividad natural y la segunda de la productividad social, permite a Marx señalar más finamente una serie de contradicciones específicas del régimen de acumulación. Tomemos cinco:
1. Fluctuaciones cada vez más importantes en el precio de productos agrícolas.
“Existen en la naturaleza cosas como las materias vegetales y animales, incluyendo el crecimiento y la producción, que están sujetas a leyes orgánicas determinadas en función de ciertos periodos naturales, y que de repente no pueden multiplicarse, en la misma medida que las máquinas, por ejemplo, o de cualquier otro elemento del capital fijo (…) por tanto, la multiplicación no puede producirse en un tiempo muy corto (…) Por consiguiente, es posible e, incluso, inevitable dentro de la producción capitalista desarrollada que la producción y la multiplicación de la porción de capital constante consista en capital fijo, herramientas, etc. y que tome un avance considerable sobre la porción constituida por las materias primas orgánicas, de suerte que la demanda ce esas materias primeras aumente más rápido que la oferta y que por tanto los precios suban” (Ibíd., p. 129).
Marx deduce una tendencia de la alternancia de la inflación y de la depreciación de los precios de las materias primeras agrícolas, que tiene como consecuencia el fortalecimiento de regiones primarais de producción, la aumentación del capital invertido en dichas zonas, por tanto, la competencia aún más desfavorable en las zonas secundarias (Marx, 1984, pp. 129-131). En efecto, es este mecanismo que explica cómo se constituyeron grandes zonas de mono-cultura agro-industrial (maíz, soya, trigo, arroz) destruyendo la soberanía alimentaria de los pueblos, arruinando a los pequeños campesinos y transformando vastas regiones en páramos verdes.
2. Distribución sesgada en beneficio de las inversiones en la producción de alimentos y de materias primas agrícolas.
Marx no vislumbra explícitamente que el mecanismo descrito anteriormente desequilibrara la división del trabajo en detrimento de los agricultores productores de alimentos, pero esta conclusión se desprende lógicamente de su análisis. Ella se concretiza actualmente en la producción masiva de agro-carburantes a partir de las culturas alimentarias, que acelera a su vez la tendencia a la alza convulsiva de los precios agrícolas.
3. Al seno de la producción alimentaria, tendencia a la desproporción de inversiones en el ganado, en detrimento de la producción de grano. Marx no considera la producción de carne como “esencial”. Su análisis permite comprender las razones que llevan al capital en dirección de un desarrollo excesivo en la cría industrial de animales de carnicería, en detrimento de otros bienes de subsistencia –esto que corresponde a la tendencia actual. Así es cómo él aborda esta cuestión. Además, la renta diferenciada, probó la existencia de una renta absoluta, debida a la composición orgánica del capital más débil en la agricultura que en la industria. Entonces, responde a la objeción que puede surgir del hecho que “en la cría a gran escala, la masa de la fuerza de trabajo es empleada de manera muy baja en comparación al capital constante que representa la propia ganadería”. Lo hace apoyándose en Adam Smith:
“Uno de los méritos de Adam Smith es de haber mostrado que por el ganado y, en general, para todos los capitales invertidos en el suelo y que no son dedicados a la producción de alimentos esenciales, como el trigo por ejemplo, la determinación del precio se hace de manera diferenciada. Así es como el precio es establecido: el producto de un terreno, digamos de un campo artificial utilizado para el ganado, pero que podría también ser transformado en tierra de cultivo de una cierta calidad, debe tener un precio suficientemente alto para ganar la misma renta de un terreno de la misma cualidad; por consecuencia, la renta de la tierra de trigo entra de manera determinante en el precio del ganando; (…) de esta manera, el precio del ganado es artificialmente acrecentada por el capital, por la expresión económica de la renta de la tierra, por tanto, por la propiedad de la tierra en sí” (MARX, 1984, p. 803).
4. Interés capitalista aumentado para la pesca, las minas y los bosques naturales, donde la gratuidad de la materia prima hace posible un superbeneficio particularmente importante. El razonamiento efectuado sobre el ganado se aplica mutatis mutandis a la pesca, a las minas y a los bosques naturales: “La renta absoluta juega un papel considerable aún (en estos sectores) donde uno de los elementos del capital constante, la materia primas, desaparece completamente y donde el capital tiene necesariamente la composición la más baja” (Ibíd. p. 808). La apropiación y la destrucción insensata de los bosques tropicales no se explican solamente por la lógica del beneficio sino por la existencia de un súper-beneficio, incluso mayor mientras la demanda es fuerte:
“El capital consiste aquí, casi únicamente como capital variable, gastado en el trabajo, y por tanto se pone en movimiento sobre un trabajo excedente de capital del mismo tamaño. El valor de la madera contiene por tanto también un gran excedente de trabajo no pagado, que la de un producto obtenido con capitales de composición superior. La madera puede, por tanto, pagar el beneficio medio y obtener, en forma de renta, un excedente considerable para el dueño del bosque. Por el contrario, como el corte de la madera puede fácilmente tomar la extensión y su producción aumentar rápidamente, se puede suponer que hay una considerable aumentación de la demanda para que el precio de la madera sea igual a su valor y que todo el excedente de trabajo no pagado (excedente del beneficio medio) le toque al propietario en forma de renta”.
Este aumento considerable en la demanda es actualmente alimentado por los mecanismos como el no reciclaje del papel y la obsolescencia programada de muebles. 5. Durante el periodo de crisis, tendencia del capital a buscar seguridad y de fluir hacia la tierra y otros recursos generadores de renta, y a explotar el espacio por medio de la propiedad inmobiliaria.
La gran ventaja de la renta, es que ella permite al propietario “explotar el desarrollo social en el que no contribuye en nada y por el que no arriesga nada” (L3, p. 809). La renta de hecho reviene porque “una parte de la sociedad exige del otro que ella le page un tributo” (p. 810). Pero la renta de un bien no explotado no puede que ser reducido. Es porque “en periodo de penuria de capitales, no será suficiente que un terreno no cultivado pueda dar tierras de una ganancia media a los agricultores (…) para orientar capital adicional hacia la agricultura”. Por el contrario, “en periodos de inundaciones, el capital fluye hacia la misma tierra sin que hay una alza de precios en el mercado y dotado simplemente de condiciones normales de existencia por otro lado”
¿Acaso no es lo que hoy constatamos con el alza de las bienes raíces, las compras masivas de tierra como inversión financiera, la apropiación de los sumideros de carbón generadores de créditos de emisión, etc.?
Gestión irracional del “cuerpo inorgánico”
De todo ello, Marx saca en múltiples ocasiones la misma conclusión:
“El mismo espíritu de la producción capitalista, centrada en el beneficio el más inmediato, (está) en contradicción con la agricultura, que debe llevar su producción tomando en cuenta el conjunto de las condiciones de existencia permanente de las generaciones que le suceden” (L. 3, p. 652). Y además, “La moral de la historia (…), es que el sistema capitalista se opone a una agricultura racional o que la agricultura racional es incompatible con el sistema capitalista (aunque favorezca su desarrollo técnico) y requiere la intervención de un campesinado que trabaje para sí su tierra o el control de productores asociados” (Ibíd., p. 132).
Más general, el análisis del doble agotamiento capitalista de la tierra y del trabajador conduce a Marx a una conclusión de dos partes:
- El desarrollo humano está delimitado por una doble frontera: “La fecundidad de la naturaleza constituye un límite, un punto de arranque, una base (…) El desarrollo de la fuerza productiva social constituye el otro límite”; (Ibid, pp 670-671)
- En ese contexto, “La única libertad posible es que el hombre social, los productores asociados, arreglen racionalmente sus intercambios con la naturaleza, que ellos la controlen juntos en lugar de ser dominados por su capacidad ciega y que ellos logren estos intercambios gastando el mínimo de fuera en condiciones más dignas, más conformes a la naturaleza humana. Pero esta actividad constituirá siempre el reino de la necesidad. Es más allá que comienza el desarrollo de las fuerzas humanas como un fin en sí, el verdadero reino de la libertad que no puede prosperar sino fundándose en otra base, aquella de la necesidad. La condición esencial de este florecimiento es la reducción de la jornada laboral” (Ibid p. 855)
Como sabemos, esta segunda parte está inspirada directamente de los trabajos de Liebig sobre la ruptura del ciclo de alimentos debido a la urbanización capitalista. El genio de Marx es de generalizar el problema de los suelos tratados por Liebig en el conjunto de los intercambios entre la humanidad y el resto de la naturaleza. Deduce: - la necesidad del pasaje a un modo de producción basado en el valor de uso y en la satisfacción de necesidades humanas reales, esto implica la supresión de la propiedad capitalista sobre la tierra, el regreso a “los bienes comunes”:
“Desde el punto de vista de una organización económicamente superior de la sociedad, el derecho de la propiedad de algunos individuos sobre las partes de lo global parecería también absurdo que el derecho de propiedad de un individuo sobre otro. Una sociedad completa, una nación e incluso todas las sociedades contemporáneas reunidas no son dueñas de la tierra. Ellas no son más que poseedoras, ellas no tienen más que el placer y están obligada a legarlas a las generaciones futuras después de haber mejorado en boni patres familias” (ibid, p. 812);
- Es indispensable la abolición de la separación entre ciudades y campo. Incluso va más lejos: en la medida que se constata el comercio mundial –de fibras concretamente- agrava la irracionalidad de la administración de intercambios con la naturaleza, no es exagerado considerar que la relocalización de la economía y de la soberanía alimentaria son reivindicaciones perfectamente coherentes con la crítica marxista del capitalismo. Las citas mencionadas anteriormente muestran que la contestación de los mono-cultivos y del ganado industrial encuentra también su lugar dentro de una crítica marxista al modo de producción capitalista.
¿Una “ecología de Marx”?
En suma, las anticipaciones de la evolución de las relaciones humanidad-naturaleza son múltiples y remarcables en la obra e Marx, en particular en El Capital. No se trata de fulgurantes aleatoria sino de rigurosas conclusiones que resultan de cada análisis de la dinámica de la acumulación del valor.
Además, Marx insiste sobre el hecho que su crítica de la agricultura capitalista es transportable mutatis mutandis a otros dominios de actividades que generan renta: el agua, su fuerza motriz, los recursos minerales, los recursos en general e incluso el espacio geográfico: “elemento de toda producción y necesario a toda actividad humana” (Ibid, p 810). Es por tanto, una visión general del capitalismo como perturbador del metabolismo entre el ser humano y el resto de la naturaleza que emerge aquí.
¿Por tanto, se puede hablar de una “ecología de Marx”? Los alegatos de John B. Foster y de Paul Burkett tiene el mérito de rehabilitar al autor de El Capital en contra de una ofensiva ideológica que no cuenta con un solo fundamento serio. Parece evidente que hay una continuidad entre el Marx joven que define la naturaleza como “el cuerpo inorgánico del hombre” y el Marx maduro que tacha a la acumulación capitalista como el obstáculo absoluto de la buena administración del metabolismo entre la humanidad y este “cuerpo inorgánico”. La base de esta continuidad, es su concepción materialista de la naturaleza, de la naturaleza humana, y de la relación entre la humanidad y el resto de la naturaleza.
“La ecología de Marx” es por tanto una reconstrucción. Brillante pero que no se asume como tal. De modo que ella hace un impasse en las tensiones, las preguntas no resueltas, digamos las fallas en el pensamiento marxista. Es aquí que hay que ser cuidadoso en una doble trampa: la apología y el anacronismo. Puesto que Marx, que no conoció las “crisis ecológicas” locales, no saca –y no podía sacar conclusiones “ecológicamente correctas” de sus propias anticipaciones. Se podrían dar muchos ejemplos de esta afirmación. Nos contentaremos solo con mencionar algunas.
Tensiones, cuestiones, fallas
La remarcable cita de los Grundrisse, por ejemplo, reproducida más arriba, se sigue inmediatamente por las siguientes consideraciones, que la vacían en gran medida de su fuerza ecológica.
“La producción fundada sobre el capital crea así las condiciones de desarrollo de todas las propiedades del hombres social, de un individuo teniendo el máximo de sus necesidades, y por tanto rico de cualidades las más diversas, en suma de una creación así universal y total como posible, ya que el nivel de cultura del hombre aumenta más que si es capaz de disfrutar”
La tensión entre la crítica radical del capital y una cierta fascinación por su “misión civilizadora” es aquí evidente. La actitud de cara al campesinado es otra cuestión bajo tensión. El pasaje donde Marx afirma que una agricultura racional no puede ser practicada que por el pequeño campesino o por los productores asociados es parcialmente contradicha en su obra:
“Uno de los grandes resultados del modo capitalista de producción, es que él hace de la agricultura una aplicación científica consciente de la agronomía –en la medida donde ella es posible en las condiciones de la propiedad privada-, cuando ella era una serie de procesos puramente empíricos y transmitidos mecánicamente de una generación a otra, de la fracción la menos evolucionada de la sociedad (Marx 1984, p. 652). Y más nítidamente: “La racionalización de la agricultura, que solo ella hace posible en su explotación social” es una de “los dos grandes méritos del mundo capitalista de producción” (ibíd., p. 653).
En otra parte, en la misma sección de El Capital, Marx ironiza en contra de un autor que “cree en leyendas” como que el enriquecimiento del suelo por “el forraje que, sacando de la atmósfera los principales elementos de su vegetación, agregan al suelo más de lo que tomaron” (Ibíd., p. 666). Es cierto que este fenómeno fue establecido científicamente después de la muerte de Marx, pero fue descubierto “empíricamente” desde el siglo XV (MAZOYER y ROUDART, 2002): la primera revolución agraria de los tiempos modernos (el abandono del barbecho, permitiendo una fuerte aumentación de la productividad y una baja de la presión sobre los bosques) y, por tanto, permitió la puesta de ‘la fracción la menos avanzada de la sociedad”. Aquí, Marx tiende a negar los saberes del campesinado en nombre de la “la razón” y de la “ciencia agronómica”.
Esta tensión recubre otra, más fundamental, sobre el papel progresista, o no, del capitalismo. Analizando el empeño del capital a reciclar los residuos y a encontrar nuevos usos a los desechos, Marx escribe esto:
“Incluso en la pequeña cultura, practicada sobre el modo hortícola, como en Lombardía, en el sur de China y en Japón, por ejemplo, se procede a una gran economía de este género. Peor en general, la productividad de la agricultura se obtiene en este sistema a costa de un gran desperdicio de la fuerza de trabajo humano, que son privadas de otras esferas de la producción” (MARX 1984, p. 112).
El desperdicio de la fuerza de trabajo y, por tanto, el bloqueo del desarrollo, son en efecto las quejas que Marx objeta a la pequeña agricultura campesina pre-capitalista: “Para que este modo de producción pueda desarrollarse plenamente, la propiedad del suelo” y “la propiedad comuna que es complemento en todas partes de la economía parcelaria”- “es tan necesaria como la propiedad de las herramientas para el libre desarrollo de la explotación artesanal. En este caso, constituye la base del desarrollo de la autonomía personal. Para el desarrollo de la misma agricultura, constituye un momento necesario” (Ibíd. p. 842) Pero “la pequeña propiedad de la tierra supone que la mayoría de la población es rural y que es el trabajo aislado el que domina y no el trabajo social. En ese caso, la riqueza y el desarrollo de la reproducción, así como sus condiciones materiales y morales son, en consecuencia, imposibles” (Ibíd. p. 848). “La propiedad parcelaria excluye por su misma naturaleza el desarrollo de las fuerzas productivas sociales del trabajo, el establecimiento de las formas sociales del trabajo, la concentración social de los capitales, la cría a gran escala, la aplicación progresiva de la ciencia en la agricultura” (ibíd. p. 842)
En El Capital, Marx no logra decidir netamente entre la pequeña propiedad campesina y la gran propiedad capitalista, a ambas las desdeña:
“En las dos formas, en lugar que la tierra sea consciente y racionalmente tratada como propiedad perpetua de la colectividad, la condición inalienable de existencia y de la reproducción de la serie de generaciones sucesivas, se trata de una explotación de la fuerza del suelo que es equivalente a su desperdicio (…) Para la pequeña propiedad es así por la falta de medios y de conocimiento científico (…); para la gran, porque los agricultores y los propietarios utilizan esos medios para enriquecerse lo más rápido posible. Porque ambas dependen del precio en el mercado (…) La pequeña propiedad crea una clase de barbaros casi al margen de la sociedad, uniendo la rudeza de las formas primitivas con los tormentos y con toda la mísera de los países civilizados. Pero la gran propiedad de la tierra, por el contrario, mina la fuerza de trabajo en la última zona donde su energía natural busca un refugio: el campo, donde se acumula, finca reservas destinadas a la renovación de la fuerza de las naciones” (Ibíd., p 848).
Lamentar esta indecisión seria caer en el anacronismo: las condiciones históricas de la superación de la contradicción (una agricultura campesina beneficia al mismo tiempo los conocimientos de la ciencia y del régimen de productores asociados en el nivel de la sociedad) no estaba presente en Europa occidental2. No impide que haya en estas páginas una forma de “desdén por el campesinado”. Si bien, elogia el saber-hacer de los artesanos y denuncia el robo que se le hace, secuela de la deshumanización del trabajo del obrero por la máquina, Marx no hace justicia a la creatividad de las comunidades rurales que crearon sistemas agrarios variados de plantas adaptados a diferentes y rudos ambientes.
Por otra parte, estas tensiones conducen a problemas no resueltos, pues hay una falla importante en la “ecología de Marx”: no distingue la importancia cualitativa del pasaje de una energía de flujo, renovable (la madera) a una energía de stock, no renovable a escala humana del tiempo (la hulla). Dado el papel fundamental de las energías fósiles en el capitalismo, conviene considerar que Marx comete aquí un serio error en su modelización de este modo de producción. Esto desestabiliza en el interior su propia tesis ecología premonitoria relativa a la necesidad de la regulación racional de los intercambios entre la Humanidad y la naturaleza, ya que tal regulación es incompatible a largo término con el uso de esta fuente de energía. Además, la amalgama entre energías de flujo y energías de stock puede suscitar la idea de que las fuentes energéticas son neutrales, eso que a su vez puede suscitar la idea de que las tecnologías de conversión de la energía también son neutrales (como lo pretenden algunos marxistas simpatizantes de la energía nuclear). La crítica marxista del carácter de clase de la técnica es así tomada en sentido contrario. Aquí, no estamos simplemente en presencia de una simple contradicción dialéctica sino de un antagonismo entre dos tesis incompatibles que coexisten a favor de un ángulo muerto, en una zona oscura en la comprensión del capitalismo (TANURO, 2010).
Sin embargo, de una manera general, las categorías movilizadas por Marx hacen más que permitir la comprensión de la “crisis ecológica”: son indispensables para entenderla. Las otras teorías están lejos de ofrecer las mismas posibilidades. La tesis de Thomas Malthus (la población crece exponencialmente mientras que la productividad agrícola crece linealmente) es socavada desde la invención de la agricultura. La concepción a-histórica de la técnica propagada por Ellul, Jonas, etc. se enfrenta al hecho que la salida de la “crisis ecológica” actual, siendo fundamentalmente social, requiere empero un cambio técnico (la sustitución de energías renovables en lugar de fósiles)… se hace imposible por la carrera hacia el beneficio. El capitalismo estacionario de JS Mill es una contradicción en los términos. En cuanto a Proudhon, quien piensa que las mercancías son vendidas a su valor y que el beneficio viene de su venta por encima de ella, no es capaz de comprender los movimientos del capital derivados de la caza de beneficio, notablemente bajo la forma de la renta.
Pistas para una reconstrucción ecológica
Se trata de revisitar la obra de Marx, a fin de “ecologizar” las conclusiones a la luz de la “crisis ecológica” global y de abordar nuevas cuestiones. Se puede partir del objetivo general de una “gestión racional de intercambios entre la humanidad y la naturaleza por los productores asociados en tanto que “una sola libertad posible” y de colocar algunas cuestiones: ¿qué significa exactamente “lograr estos intercambios gastando el mínimo de fuerza y en las condiciones más dignas, las más cómodas para la naturaleza humana”? ¿Cuál es el lugar de las mujeres entre “los productores asociados”? ¿Y cuál es esta racionalidad que debe guiar la gestión de intercambios?
La cuestión del “mínimo de fuerza” plantea el problema de la actitud de cara a la alza de la productividad del trabajo en la agricultura. Esta cuestión puede ser abordada de manera pragmática constatando que no es posible de salir de la “crisis ecológica” sin recurrir en todos lados a una agricultura orgánica de proximidad, indispensable también para lograr una soberanía alimentaria. Además, dicha agricultura requiere del aumento de la parte del trabajo social asignado a las tareas agrícolas (en todo caso en los países done ellas sean acaparadas por el agro-negocio) y, más globalmente, a las tareas de diagnóstico y de reparación del medio ambiente. Cierta disminución en la productividad del trabajo agrícola es, por tanto, necesaria. Esto plantea una cuestión teoría importante, ya intuida por Ernest Mandel quien notaba que “a partir de un cierto nivel, el desarrollo de las fuerzas productivas puede alejarnos del socialismo en lugar de acercarnos” (MANDEL, 1973).
¿Pero cuál es este nivel? Aquí, la cuestión de la productividad agrícola está ligada a la de las “condiciones las más dignas, las más cómodas a la naturaleza humana”. ¿La ganadería industria es digna para la naturaleza humana? ¿No se trata de un maltrato y de una tortura de animales? Sin duda alguna. Además, este maltrato es una forma de objetivación de lo vivo, característica del sistema capitalista, dentro de las denunciadas por Marx que es la objetivación de la fuerza del trabajo humano, por tanto, del ser humano en sí. Acostumbrarse implica banalizar el maltrato que el capital inflige a los y a las explotadas, en nombre de la misma razón instrumental.
Encontramos aquí el problema ya tocado, ¿qué razón? Ya vimos que Marx tiende a invertir la racionalidad de la ciencia agronómica de cara al saber empírico del campesino. No se trata, evidentemente, de idealizar este último sino de abrir una reflexión sobre la racionalidad instrumental en tanto que expresión “científica” de la objetivación de lo vivo. En este marco, la opresión específica de las mujeres deberá ser tomada en cuenta ya que existe una identidad fundamental entre la apropiación social de “la fuerza de la naturaleza” por el capital de una parte, y la apropiación patriarcal de la “fuerza reproductiva” de las mujeres por los hombres. Incluso, las mujeres del Sur producen el 80% de los medios de subsistencia. Su papel en la “regulación racional” es crucial, y está ligado a su lucha autónoma contra su opresión específica.
Regresamos pues a la razón. ¿Es racional una racionalidad que supone que el estudio en pedazos separados cada vez más microscópicos de una naturaleza compleja y en evolución constante disipara un día todas las incertitudes? Quizá Engels, para quien la admiración por la ciencia es muy conocida, estaría equivocado… En el marco de la reconstrucción de una “ecología de Marx”, podemos leer esta famosa cita de la Dialéctica de la Naturaleza como una anticipación del Principio de precaución:
“No debemos lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Esta se venga de nosotros por cada una de las derrotas que le inferimos. Es cierto que todas ellas se traducen principalmente en los resultados previstos y calculados, pero acarrean, además, otros imprevistos, con los que no contábamos y que, no pocas veces, contrarrestan los primeros” (ENGELS, 1977, p. 180)
Finalmente, otra cuestión para debatir es aquella del vínculo entre planificación y descentralización. Esta puede también ser abordada de manera muy pragmática. Efectivamente, la nacionalización de los grupos energéticos es la condición sine qua non para que la transición energética hacia un sistema “100% renovable” tuviera una oportunidad de tener éxito dentro de la prorroga con la que contamos. Pero la centralización energética es una consecuencia técnica del uso de combustibles fósiles y nucleares; el uso el más “racional” de los renovables, por el contrario, requiere la descentralización energética. Por consiguiente, la nacionalización debe ser vista como un requisito previo y necesario, por supuesto insuficiente, para ir hacia un sistema energético que ponga una red de sistemas locales, utilizando las fuentes locales más adecuadas, administradas y controladas localmente por las comunidades.
En su famoso escrito, después del aplastamiento de los insurrectos parisinos, Marx decía sobre la Comuna que ella era “la forma política por fin encontrada de la emancipación del trabajo”. En el marco de la reconstrucción ecológica de su pensamiento, esta fórmula merece ser completada de esta manera: “la forma política por fin encontrada de la emancipación del trabajo y de la sustentabilidad ecológica”.
5 de noviembre de 2012 Daniel Tanuro
BENSAID, Daniel, 2002, « L’écologie n’est pas soluble dans la marchandise » in Contretemps, N°4, mai 2002.
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MARX, Karl, 1984, « Le Capital », Edition du Progrès, Moscou, livre 3.
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