Ernest Mandel: Orígenes y definición del proletariado moderno.
Orígenes y definición del proletariado moderno. Entre los antecedentes directos del proletariado moderno hay que mencionar a la población desarraigada de la Edad Media, es decir, a la población que ya no estaba ligada a la tierra ni incorporada en los oficios, corporaciones y gremios de los municipios, que, por tanto, era una población errante, sin raíces, y que empezó a alquilar sus brazos por jornadas e incluso horas. Hubo bastantes ciudades de la Edad Media, sobre todo Florencia, Venecia y Brujas, en las que, a partir del siglo XII, del XIV, o del XV, aparece un “mercado de trabajo” donde, cada mañana, se reúne la gente pobre que no forma parte de un oficio, que no pertenece a ningún gremio, que no tienen medios de subsistencia, y que esperan que algunos mercaderes o empresarios arrienden sus servicios por una hora, por medio día, por una jornada, etc. Otro origen del proletariado moderno, más cercano a nosotros, es lo que se ha dado en llamar la disolución de las secuelas feudales, y entre ellas la larga y lenta decadencia de la nobleza feudal que comienza a partir de los siglos XIII y XIV y que se termina con la revolución burguesa que, en Francia, se sitúa hacia finales del siglo XIII. A lo largo de la alta Edad Media, alrededor de 50, 60 ó 100 hogares, e incluso más, viven directamente del señor feudal. El número de estos servidores individuales empieza a reducirse sobre todo durante el siglo XVI, siglo muy marcado por una elevación de precios, y, por consiguiente, por un muy acentuado empobrecimiento de todas las clases sociales que tienen rentas monetarias fijas, y, por lo mismo, también de la nobleza feudal en Europa occidental que, por lo general, había convertido la renta en especies en renta dineraria. Uno de los resultados de dicho empobrecimiento fue la liquidación masiva de los recuentos feudales. Así hubo millares de antiguos mayordomos, de antiguos servidores, de antiguos amanuenses de nobles que erraban en los caminos, que se hacían mendigos, etc. Un tercer origen del proletariado moderno lo constituye la expulsión de los antiguos campesinos de sus tierras a consecuencia de la transformación de las tierras de labor en prados. El gran socialista utópico inglés Tomás Moro escribió ya en el siglo XVI esta magnífica fórmula: “los corderos se han comido a los hombres”. Lo cual quiere decir que la transformación de los campos en prados para la cría de corderos junto con el desarrollo de la industria lanera expulsó a millares de campesinos ingleses de sus tierras y los condenó al hambre. Hay también un cuarto origen del proletariado moderno, que ha desempeñado un papel menos importante en Europa occidental, pero ha tenido una enorme importancia en Europa central y en la Europa oriental, así como en Asia, en América latina y en el norte de África; y es la destrucción de los antiguos artesanos en la lucha de competencia entre este artesanado y la industria moderna que va abriéndose camino desde el exterior hacia estos países subdesarrollados. Resumiendo, el modo de producción capitalista es un régimen en el que los medios de producción se han convertido en un monopolio en manos de una clase social, en el que los productores, separados de dichos medios de producción, son libres, pero están desprovistos de todo medio de subsistencia, y, por consiguiente, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a los propietarios de los medios de producción para poder subsistir. Lo que caracteriza al proletario, pues, no es tanto el nivel, bajo o elevado, de su salario, sino más bien el hecho de que está separado de sus medios de producción, o de que no dispone de rentas suficientes para poder trabajar por su propia cuenta. Para saber si la condición proletaria está en vías de desaparición o, por el contrario, en vías de expansión, lo que hay que tener en cuenta no es tanto el salario medio del obrero o el sueldo medio del empleado sino la comparación entre el salario y su consumo medio, en otras palabras, sus posibilidades de ahorro comparado con los gastos de primer establecimiento de una industria independiente. Si se verificara que cada obrero, cada empleado, ha conseguido ahorrar después de diez años, una cantidad de, digamos, diez millones, veinte millones, o treinta millones, lo cual le permitiría comprar una tienda o un pequeño taller, podría decirse entonces que la condición proletaria está en regresión, y que vivimos en una sociedad en la que la propiedad de los medios de producción se está extendiendo y generalizando. Si, por el contrario, se verificara que la inmensa mayoría de los trabajadores, empleados, obreros y funcionarios, siguen siendo tan “pelanas” como antes después de toda una vida de trabajo, es decir, sin haber podido ahorrar prácticamente nada, sin capitales suficientes para adquirir medios de producción, podría concluirse que, lejos de reabsorberse, la condición proletaria se ha generalizado, y que, actualmente, está mucho más extendida que hace 50 años. Cuando, a título de ejemplo, se toman las estadísticas de la estructura social de los Estados Unidos, se constata, que desde hace 60 años, y cada cinco años, y sin interrupción alguna, disminuye el porcentaje de la población activa norteamericana que trabaja por cuenta propia y que está clasificada como empresario o como ayuda familiar del empresario, mientras que, de cinco en cinco años, aumenta el porcentaje de esta misma población que se ve obligado a vender su fuerza de trabajo. Si, por otra parte, se examinan las estadísticas de reparto de la fortuna privada, se verifica que la inmensa mayoría de los obreros, podría decirse el 95%, que una gran mayoría de los empleados (el 80 o el 85%) no consiguen ni siquiera constituir pequeñas fortunas, ni un pequeño capital, es decir, gastan todas sus rentas, y que, en realidad, las fortunas se concentran en una fracción muy pequeña de la población. En la mayoría de los países capitalistas, el 1%, o el 2, o el 2,5, 3,5 o el 5% de la población poseen el 40, 50 ó 60% de la fortuna privada del país, quedando el resto en manos del 20 ó el 25% de esta misma población. La primera categoría de poseedores la constituye la gran burguesía; la segunda categoría es la de la burguesía media o pequeña. Y todos cuantos quedan fuera de estas categorías no poseen prácticamente nada más que bienes de consumo (en los que a veces se incluye una vivienda). Cuando las estadísticas de derechos de sucesión, de impuestos sobre la herencia, están confeccionadas honradamente, se muestran muy reveladoras al respecto. Un detallado estudio realizado por la Brookings Institution (una fuente que está por encima de cualquier sospecha de marxismo) por encargo de la Bolsa de Nueva York revela que, en los EUA, sólo hay un 1 ó 2 % de obreros que posean acciones y esta “propiedad” se eleva, como promedio, a 1000 dólares. Casi la totalidad del capital, pues, está en manos de la burguesía, y esto nos desvela el sistema de auto reproducción del sistema capitalista: aquellos que detentan los capitales pueden acumularlos cada vez más; y aquellos que no detentan capitales apenas pueden adquirirlos. Así se perpetúa la división de la sociedad en una clase poseedora y una clase obligada a vender su fuerza de trabajo. El precio de esta fuerza de trabajo, el salario, se consume prácticamente por completo, mientras que la clase poseedora tiene un capital que constantemente se incrementa con una plusvalía. El enriquecimiento de la sociedad en capitales se efectúa, por así decirlo, en beneficio exclusivo de una sola clase de la sociedad, a saber, de la clase capitalista.