Sobre la liberación gay-lésbica
Los fundamentos de la opresión
Aunque el grado de persecución y tolerancia varía ampliamente según el país y la región, en ninguna sociedad capitalista existe hoy en día una igualdad o libertad plena para las lesbianas, los hombres gays, los bisexuales o los transgéneros. La opresión que enfrentan, el heterosexismo, se expresa -como el sexismo- “en todos los ámbitos, ya sea la política, el empleo, la educación y hasta en los aspectos más íntimos de la vida cotidiana”, según la formulación de la resolución sobre la liberación de las mujeres adoptada por la Cuarta Internacional en 1979.
El heterosexismo tiene su raíz en la familia heterosexual y patriarcal, institución característica del capitalismo. La familia es “la institución socioeconómica principal para perpetuar, de una generación a otra, las divisiones de clase en la sociedad”, por citar de nuevo la resolución de 1979 sobre la liberación de las mujeres. La forma en que se ha desarrollado en el capitalismo “proporciona el mecanismo menos costoso y más aceptable en términos ideológicos para reproducir la mano de obra humana”, empleando el trabajo gratuito, sobre todo la de las mujeres, en el cuidado de los niños y de los ancianos, junto con la de los adultos en edad laboral, y ella “reproduce en su seno las relaciones jerárquicas y autoritarias necesarias para la perpetuación de la sociedad de clases en general”. Esta forma de familia es opresiva particularmente para las mujeres y los niños. Ella ocupa un papel central en estas relaciones, puesto que la familia en la sociedad capitalista reproduce en forma más o menos adecuada de una generación a otra el amor heterosexual, que se supone que actúa, en última instancia, como la base del matrimonio y de la creación de nuevas familias, y el amor paternal, que supuestamente funciona como el cemento que une a los adultos con sus hijos biológicos en un vínculo que combina el afecto, la responsabilidad y la autoridad. El estado y las instituciones médicas y psiquiátricas están organizadas de modo tal que promueven la heterosexualidad estable y procreativa y estigmatizan, desaniman y hasta anulan otras formas de sexualidad, muchas veces definidas como anormales, patológicas o irresponsables.
Aunque la sociedad está organizada de modo tal que supone que muchas necesidades básicas serán satisfechas por la familia heterosexual, todos los que se encuentran marginados u optan por vivir fuera de ella se enfrentan a problemas en la satisfacción de sus necesidades. Esta forma de familia bajo el capitalismo presupone y reproduce una norma heterosexual que predomina en el estado y en la sociedad y resulta opresiva para cualquier persona que se desvía de ella. Mientras que el amor heterosexual sirve como la base del establecimiento de la familia, las personas cuyas vivencias emocionales y sexuales giran principalmente en torno al amor por personas de su propio sexo, tienden a ser marginados de la vida familiar. Mientras que la familia heterosexual es el lugar central para la crianza de niños y niñas, las personas lésbicas/gays/bisexuales/transgéneros (LGBT) experimentan una enajenación mayor de la que resienten los otros niños y jóvenes – quienes también experimentan una alienación en relación con la familia- y el contacto de éstos con adultos, sobre todo con los no casados, y con otros niños con los que no estén emparentados será, frecuentemente, limitado. Mientras sólo el deseo y el romance heterosexuales orienten el consumo capitalista, las personas LGBT sentirán invisibles. En tanto que la heterosexualidad siga siendo definida como la norma por el estado y las instituciones médicas y psiquiátricas, las personas LGBT serán dsicriminadas y marginadas explícita o implícitamente. Las leyes represivas y la discriminación social generalizada refuerzan esta operación en casi todo el mundo, pero su eliminación no puede lograrse simplemente mediante el combate contra la discriminación social y la derogación de leyes represivas.
Para millones de personas en el mundo hoy en día -fundamentalmente, pero no exclusivamente en los países dependientes- el erotismo hacia el mismo sexo sólo puede ser experimentado esporádicamente, en los márgenes de su vida familiar heterosexual, generalmente de manera oculta para la gente con la que viven, ya sean padres o cónyuges del sexo opuesto. Millones de mujeres se casan para sobrevivir, dadas sus muy limitadas opciones sociales y económicas; esta presiones también se ejercen sobre los hombres, aunque con menor fuerza. Para miles y miles de mujeres y hombres la falta de apego a la norma heterosexual está acompañada de la evidencia flagrante e inocultable de su incomodidad con las normas de masculinidad o feminidad dominantes, lo cual dificulta muchísimo, o casi imposibilita, representar papeles heterosexuales. Miles de personas transgéneros que no pueden o no quieren plegarse a la estructura familiar heterosexista y vivir como mujeres u hombres llamados ‘normales’ son expulsados hacia los márgenes extremos del mercado laboral y de la sociedad y, muchas veces, forzados a sostenerse en el mercado sexual o por medio de otras ocupaciones estigmatizadas, confrontados al estigma social e incluso a la violencia física. Muchas personas LGBT en todo el mundo sufren la represión de manera cotidiana y ello implica su encarcelamiento, violación, tortura y asesinato.
A veces, el heterosexismo asume formas específicas muy virulentas en los países dependientes. Los conquistadores europeos de los siglos XVI al XX adujeron muchas veces la necesidad de desterrar la ‘sodomía’ como una justificación ideológica de la conquista y el dominio sobre otros pueblos. Muchos países que ahora son formal o políticamente independientes mantienen las leyes contra la homosexualidad impuestas por sus antiguos gobernantes coloniales.
A menudo se justifica el mantenimiento de leyes, políticas y costumbres opresivas con base en algunas creencias religiosas – incluso las cristianas, musulmanas e hindúes- y ello tanto en los países dependientes como en los imperialistas. Esta opresión se ejerce por medio de una autoridad sobre la vida familiar y personal en la persona de funcionarios religiosos o civiles en los países donde aún no se ha logrado la separación de la religión y el estado. En muchos casos, la derecha religiosa y los fundamentalistas argumentan que el código ‘moral’ que defienden forma parte integral del tejido social tradicional de las sociedades en las que desarrollan sus actividades. Sin embargo, muchas de sus prácticas más reaccionarias, sobre todo las dirigidas contra las mujeres y las ‘desviaciones’ no tienen raíces tradicionales, sino que sus orígenes son más bien modernos. Un segundo mito ideológico crucial es la idea de que la homosexualidad en estas sociedades es parte del legado negativo del imperialismo. Si se argumenta a favor de una comprensión materialista de la definición de las identidades modernas lésbicas y gays como producto de la industrialización y la urbanización, también se promueve una comprensión de la historia de otras formas de relaciones entre personas de un mismo sexo practicadas en culturas tradicionales.
La ausencia o la falta de desarrollo de estados benefactores patrimonialistas y los bajos niveles salariales en los países dependientes tienden a reforzar la dependencia en las familias tradicionales. Particularmente en las zonas rurales, la ausencia de organizaciones políticas y alternativas sociales no tradicionales pesan en contra de la no conformidad. En los países dependientes, la gente es además particularmente vulnerable a las formas más explotadoras del mercado sexual nacional y del turismo sexual internacional. La Cuarta Internacional comprende que la organización de LGBTs en tales circunstancias representa una parte importante del proyecto entero de liberación nacional, proyecto que implica necesariamente un desafío, no sólo contra el imperialismo, sino también contra las estructuras de poder civiles y religiosas. La participación pública de los LGBTs en las luchas democráticas en varios países latinoamericanos, sudafricanos y sud-asiáticos muestran cómo la liberación lésbica/gay y la liberación nacional pueden llevarse de la mano.
Sólo la conquista de salarios substancialmente superiores y el surgimiento de los estados benefactores en el curso del siglo XX abrió la posibilidad, a escala masiva, de que personas del proletariado pudieran vivir sin depender de sus familias, sin tener que contraer matrimonio y formar una nueva familia tradicional, de sostener una relación emocional y sexual importante y de largo plazo con personas de su mismo sexo y de identificarse y formar parte de comunidades lésbico/gays permanentes. A la vez, el matrimonio heterosexual se sustenta progresivamente en la atracción sexual y en el amor romántico, aunque siga habiendo mucha presión para casarse y los matrimonios arreglados sigan siendo la norma en muchos países.
Particularmente en los países imperialistas, y sobre todo entre hombres, las vidas gays se llevan, hasta cierto punto, en el ambiente comercial, que es la manera capitalista de responder a las necesidades de las personas LGBT de lugares donde encontrarse y llevar una vida social. Donde el ambiente comercial se ha expandido, pero el espacio para las personas LGBT sigue siendo limitado, el resultado es contradictorio. Es un paso adelante el que las personas LGBT tengan la posibilidad de abrirse acerca de su sexualidad en este contexto, pero es inaceptable que ello no sea así en el resto de la sociedad. En muchos casos, la existencia del ambiente ha dado el impulso para que se desarrolle el movimiento lésbico/gay.
Otro asunto es el hecho de que el ambiente mismo es muy limitado en el modo en que permite a las personas relacionarse, aunque se ha vuelto más diverso en la medida en que se ha ampliado, en general permanece dominado por los hombres y perpetúa imágenes de atractivo sexual que son denigrantes hacia los viejos y las razas consideradas inferiores. En pocas palabras, presente el sexo como una mercancía y no provee de una atmósfera en la cual las personas puedan relacionarse muy fácilmente como seres humanos. Las redes informales, los clubes, los centros comunitarios y los grupos de activistas que son resultado de la organización de los propios LGBT brindan algunas alternativas a la enajenación del ambiente comercial, pero les suele faltar la notoriedad, el brillo y los recursos que tiene el ambiente comercial.
Las comunidades lésbico/gays, que incluyen a mujeres y hombres de todas las clases que se identifican como lesbianas o gays, junto con las identidades y subculturas que han surgido de manera paralela, han servido de plataforma de lanzamiento de los movimientos lésbico/gays. Gran parte de la subcultura lésbico/gay ha sido acusada de estar muy enajenada, pero cuando esta crítica viene de los medios o de la derecha, ignora el hecho de que, en el capitalismo, toda la sexualidad se presenta cada vez más como una mercancía. Los movimientos LGBT tienden a abocarse a luchar en contra de las leyes o las medidas políticas promulgadas específicamente para reprimir la sexualidad entre personas del mismo sexo o a la persona misma de los LGBT, y a favor de leyes que prohiben ciertas formas de discriminación y de otras que reconozcan las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, con la misma validez y el mismo trato que reciben las relaciones heterosexuales.
Desde la década de los setenta, en muchos países la relación de la juventud con su sexualidad ha experimentado grandes cambios contradictorios. Los tabúes relacionados con la sexualidad de las y los jóvenes tienden a debilitarse, sus cuerpos y su sexualidad cobran una mayor notoriedad en los medios de comunicación y la publicidad comercial tiende a explotarlos cada vez más para vender sus productos. Los reveses provocados por la pandemia del SIDA y el surgimiento de un nuevo moralismo retró- grado no ha frenado esa tendencia. Pero la sexualidad de los jóvenes sigue reprimida, sobre todo la de las mujeres y los jóvenes LGBT. Los niños y los adolescentes son presionados en el hogar y en la escuela para que se comporten de acuerdo con los papeles de género aprobados sexualmente, prejuicios como sentir vergüenza de su cuerpo y el miedo a la transgresión son parte esencial de la educación informal que se les imparte. Quizás tanto como antes -o más que nunca- los jóvenes carecen de las condiciones materiales necesarias para ejercer libremente su sexualidad. El desmantelamiento de programas sociales ha incrementado la dependencia de los jóvenes de sus familias. Muchas veces, sólo hay centros de reunión comerciales, por lo que se excluye así a quienes carecen de recursos económicos. Todavía hay restricciones sobre el acceso de los jóvenes a la información sobre la sexualidad, los contraceptivos y su uso. La falta de condones y de información sobre la sexualidad es una cuestión particular en lo que toca a la transmisión del SIDA y de otras enfermedades sexualmente transmitidas. En tanto que se han vuelto más comunes las referencias a la homosexualidad en los medios de comunicación de muchos países, estas referencias constituyen frecuentemente distorsiones y estereotipos. Aunque la juventud tiende a ser más abierta que en las generaciones anteriores, el proceso de dar la cara es muy doloroso, aun en las culturas más tolerantes, como lo muestra el alto índice de suicidios entre jóvenes lesbianas y gays.
‘Hoy‘ -reza la resolución sobre la liberación de las mujeres de hace más de veinte años- ‘frente a problemas económicos cada vez más graves, la clase gobernante está recortando el gasto social para devolver la responsabilidad a cada familia en lo individual‘. Las décadas posteriores a la publicación de este texto sólo han visto la agravación de esta situación. Junto al estancamiento o retroceso en los niveles salariales y a mayores niveles de desempleo, estos recortes amenazan conquistas básicas, en lo que se refiere a la vivienda, la atención médica, el cuidado de los niños y otras formas de asistencia social, necesarias para que las personas LGBT puedan vivir y sostener sus comunidades en condiciones decorosas, independientemente de sus familias heterosexuales. Las consecuencias de esta política han sido especialmente devastadoras para las comunidades en formación en los países dependientes, devastación manifiesta de manera evidente desde 1982 en América Latina y desde 1997 en el Sudeste y Este de Asia y que tienden a conferir nuevas fuerzas a la ideología tradicional favorable a la familia. Donde hay movimientos lésbico/gays, ellos deben participar en condiciones de igualdad en las luchas de resistencia a la austeridad capitalista, en todo caso, tales movimientos de resistencia deben enarbolar las demandas específicas de las personas LGBT por servicios públicos o su inclusión en los ya existentes.
El movimiento por otra globalización que ha crecido desde las movilizaciones de Seattle hasta las de Porto Alegre está reuniendo muchos movimentos de resistencia contra la austeridad capitalista, volviéndolos más amplios, participativos y democráticos y creando las condiciones para una nueva oportunidad de recomponer la izquierda e internacionalizar las luchas. Ello confronta a todos los movimientos sociales progresivos, incluso a los LGBT, con la necesidad de ir en nuevas direcciones y redefinirse social y políticamente. Los espacios inclusivos y participativos abiertos por la evolución del Foro Social Mundal en foros sociales continentales y nacionales da a los movimientos LGBT una oportunidad para buscar nuevos aliados, señalar la importancia de las reivindicaciones LGBT a movimientos como el obrero, que con frecuencia las han negligido e integrar otras demandas sociales radicales en los programas de los propios movimientos LGBT.
En un periodo en que los “mercados LGBT” someten a las comunidades LGBT a nuevas presiones normalizadoras y divisionistas y cuando la mayoría de las corrientes políticas LGBT se han concentrado en todo el mundo en hacer labores institucionales y de lobby es esencial que los movimientos LGBT participen en el debate social más amplio y contribuyan a las movilizaciones en contra de la globalización neoliberal. Deben introducir perspectivas LGBT en diferentes luchas por el cambio político, social y económico, rechazando presiones por posponer luchas específicas LGBT en nombre de cualquier “asunto estructural”. Ningún cambio estructural será completo si se dejan intocadas las estructuras de la opresión sexual, que afectan a toda la humanidad.