PROGRAMA DE TRANSICIÓN, primera parte

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Leon Trotsky

PROGRAMA DE TRANSICIÓN LA AGONÍA DEL CAPITALISMO Y LAS TAREAS DE LA IV INTERNACIONAL (1938)



Escrito: Por León Trotsky, en 1938. Versión digital: Partido Obrero Socialista Internacionalista, España, 2002. Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de 2003 (corregida el 25 de mayo de 2006)


LAS PREMISAS OBJETIVAS DELA REVOLUCIÓN SOCIALISTA

La situación política mundial del momento, se caracteriza, ante todo, por la crisis histórica de la dirección del proletariado.

La premisa económica de la revolución proletaria ha llegado hace mucho tiempo al punto más alto que le sea dado alcanzar balo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. Las nuevas invenciones y los nuevos progresos técnicos no conducen a un acrecentamiento de la riqueza material. Las crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista, aportan a las masas privaciones y sufrimientos siempre mayores. El crecimiento de la desocupación ahonda a su vez la crisis financiera del Estado y mina los sistemas monetarios vacilantes. Los gobiernos, tanto democráticos como fascistas, van de una quiebra a la otra.

La burguesía misma no ve una salida. En los países en que se vio obligada a hacer su última postura sobre la carta del fascismo marcha ahora con los ojos vendados hacia la catástrofe económica y militar. En los países históricamente privilegiados, vale decir, aquellos en que pueden aún permitirse el lujo de la democracia a cuenta de la acumulación nacional anterior (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos) todos los partidos tradicionales del capital se encuentran en un estado de confusión que raya, por momentos, con la parálisis de la voluntad. El “ New Deal,” pese al carácter resuelto que ostentaba en el primer período sólo representa una forma particular de confusión, posible en un país donde la burguesía ha podido acumular inmensas riquezas. La crisis actual que está lejos aún de haber completado su curso, ha podido demostrar ya que la política del “ New Deal ”, en los EE.UU. como la política del frente popular en Francia, no ofrece salida alguna del impasse económico.

El cuadro de las relaciones internacionales no tiene mejor aspecto. Bajo la creciente presión de ocaso capitalista los antagonismos imperialistas han alcanzado el límite más allá del cual los conflictos y explosiones sangrientas (Etiopía, España, Extremo Oriente, Europa Central...) deben confundirse infaliblemente en un incendio mundial. En verdad la burguesía percibe el peligro mortal que una nueva guerra representa para su dominación, pero es actualmente infinitamente menos capaz de prevenirla que en vísperas de 1914.

Las charlatanerías de toda especie según las cuales las condiciones históricas no estarían todavía “ maduras ” para el socialismo no son sino el producto de la ignorancia o de un engaño consciente. Las condiciones objetivas de la revolución proletaria no sólo están maduras sino que han empezado a descomponerse. Sin revolución social en un próximo período histórico, la civilización humana está bajo amenaza de ser arrasada por una catástrofe. Todo depende del proletariado, es decir, de su vanguardia revolucionaria La crisis histórica de la humanidad se reduce a la dirección revolucionaria.



EL PROLETARIADO Y SU DIRECCION

La economía, el Estado, la política de la burguesía y sus relaciones internacionales están profundamente afectadas por la crisis social que caracteriza la situación pre­-revolucionaria de la sociedad. El principal obstáculo en el camino de la transformación de la situación pre-revolucionaria en revolucionaria consiste en el carácter oportunista de la dirección proletaria, su cobardía pequeño-burguesa y la traidora conexión que mantiene con ella en su agonía.

En todos los países el proletariado está sobrecogido por una profunda inquietud. Grandes masas de millones de hombres vienen incesantemente al movimiento revolucionario, pero siempre tropiezan en ese camino con el aparato burocrático, conservador de su propia dirección.

El proletariado español ha hechos desde abril de 1931 una serie de tentativas heroicas para tomar en sus manos el poder y la dirección de los destinos de la sociedad. No obstante, sus propios partidos (social-demócratas, stalinistas, anarquistas y POUM) cada cual a su manera han actuado a modo de freno y han preparado así el triunfo de Franco.

En Francia, la poderosa ola de huelgas con ocupación de las fábricas, particularmente en junio de 1936, mostró bien a las claras que el proletariado estaba dispuesto a derribar el sistema capitalista. Sin embargo, las organizaciones dirigentes, socialistas, stalinistas y sindicalistas, lograron bajo la etiqueta del Frente Popular, canalizar y detener, por lo menos momentáneamente, el torrente revolucionario.

La marca sin precedentes de huelgas con ocupación de fábricas y el crecimiento prodigiosamente rápido de los sindicatos industriales en los EE.UU. (el movimiento de la C.I.O.) son la expresión más indiscutible de la aspiración más instintiva de los obreros americanos a elevarse a la altura de la misión que la historia les ha asignado. Sin embargo, aquí también las organizaciones dirigentes, incluso la C.I.O. de reciente creación, hacen todo lo que pueden para detener y paralizar la ofensiva revolucionaria de las masas.

El paso definitivo de la I.C. hacia el lado del orden burgués, su papel cínicamente contra-revolucionario en el mundo entero, particularmente en España, en Francia, en Estados Unidos y en los otros países “democráticos”, ha creado extraor­dinarias dificultades suplementarias al proletariado mundial. Bajo el signo de la revolución de octubre, la política conservadora de los “Frentes Populares” conduce a la clase obrera a la impotencia y abre el camino al fascismo.

Los “Frentes Populares” por una parte, el fascismo por otra, son los últimos recursos políticos del imperialismo en la lucha contra la revolución proletaria. No obstante, desde el punto de vista histórico, ambos recursos no son sino una ficción. La putrefacción del capitalismo continuará también bajo el gorro frigio en Francia como bajo el signo de la swástica en Alemania. Sólo el derrumbe de la burguesía puede constituir una salida.

La orientación de las masas está determinada, por una parte, por las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición, y de otra, por la política de traición de las viejas organizaciones obreras. De estos dos factores el factor decisivo, es, por supuesto, el primero; las leyes de la historia son más poderosas que los aparatos burocráticos. Cualquiera que sea la diversidad de métodos de los social traidores (de la legislación “social” de Blum a las falsificaciones judiciales de Stalin), no lograrán quebrar la voluntad revolucionaria del proletariado. Cada vez en mayor escala, sus esfuerzos desesperados para detener la rueda de la historia demostrarán a las masas que la crisis de la dirección del proletariado, que se ha transformado en la crisis de la civilización humana, sólo puede ser resuelta por la IV Internacional.



EL PROGRAMA MÍNIMO Y EL PROGRAMA DE TRANSICION

La tarea estratégica del próximo período -período pre-revolucionario de agitación , propaganda y organización- consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones objetivas de la revolución y la falta de madurez del proletariado y de su vanguardia (confusión y descorazonamiento de la vieja dirección, falta de experiencia de la joven). Es preciso ayudar a la masa, en el proceso de la lucha, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado.

La social-democracia clásica que desplegó su acción en la época del capitalismo progresivo, dividía su programa en dos partes independientes una de otra; el programa mínimo, que se limitaba a algunas reformas en el cuadro de la sociedad burguesa y el programa máximo, que prometía para un porvenir indeterminado el reemplazo del capitalismo por el socialismo. Entre el programa máximo y el programa mínimo no existía puente alguno. La social-democracia no tenía necesidad de ese puente, porque sólo hablaba de socialismo los días de fiesta.

La Internacional Comunista ha entrado en el camino de la social democracia en la época del capitalismo en descomposición, cuando a éste no le es posible tratar de reformas sociales sistemáticas, ni de la elevación del nivel de vida de las masas; cuando la burguesía retoma cada vez con la mano derecha el doble de los que diera con la izquierda (impuestos, derechos aduaneros, inflación "deflación", vida cara, desocupa­ción, reglamentación policíaca de las huelgas, etc.); cuando cualquier reivindicación seria del proletariado y hasta cualquier reivindicación progresiva de la pequeña burguesía, conducen inevitablemente más allá de los límites de la propiedad capitalista y del Estado burgués.

El objetivo estratégico de la IV Internacional no consiste en reformar el capitalismo, sino en derribarlo. Su finalidad política es la conquista del poder por el proletariado para realizar la expropiación de la burguesía. Sin embargo, la obtención de este objetivo estratégico es inconcebible sin la más cuidadosa de las actitudes respecto de todas las cuestiones de táctica, inclusive las pequeñas y parciales.

Todas las fracciones del proletariado, todas sus capas, profesionales y grupos deben ser arrastradas al movimiento revolucionario. Lo que distingue a la época actual, no es que exima al partido revolucionario del trabajo prosaico de todos los días, sino que permite sostener esa lucha en unión indisoluble con los objetivos de la revolución

La IV Internacional no rechaza las del viejo programa “mínimo” en la medida en que ellas han conservado alguna fuerza vital. Defiende incansablemente los derechos democráticos de los obreros y sus conquistas sociales, pero realiza este trabajo en el cuadro de una perspectiva correcta, real, vale decir, revolucionaria. En la medida en que las reivindicaciones parciales –“mínimum”- de las masas entren en conflicto con las tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente -y eso ocurre a cada paso, la IV Internacional auspicia un sistema de reivindicaciones transitorias, cuyo sentido es el de dirigirse cada vez más abierta y resueltamente contra las bases del régimen burgués. El viejo “programa mínimo” es constantemente superado por el programa de transición cuyo objetivo consiste en una movilización sistemática de las masas para la revolución proletaria.



ESCALA MOVIL DE LOS SALARIOS Y ESCALA MOVIL DE LAS HORAS DE TRABAJO

En las condiciones del capitalismo en descomposición, las masas continúan viviendo la triste vida de los oprimidos, quienes, ahora más que nunca, están amenazados por el peligro de ser arrojados en abismo del pauperismo. Están obligados a defender su pedazo de pan ya que no pueden aumentarlo ni mejorarlo. No es posible ni necesario enumerar las diversas reivindicaciones parciales que surgen a cada rato de circunstancias concretas, nacionales, locales, profesionales. Pero dos calamidades económicas fundamentales, a saber: la desocupación y la carestía de la vida, exigen consignas y métodos generales de lucha.

La IV Internacional declara una guerra implacable a la política de los capitalistas, que es, en gran parte, la de sus agentes, los reformistas, tendiente a hacer recaer sobre los trabajadores todo el fardo del militarismo, de la crisis, del desorden de los sistemas monetarios y demás calamidades de la agonía capitalista. Reivindica el derecho al trabajo y una existencia digna para todos.

Ni la inflación ni la estabilización monetaria pueden servir de consignas al proletariado porque son las dos caras de una misma moneda. Contra la carestía de la vida que, a medida que la guerra se aproxima, se acentuará cada vez más, sólo es posible luchar con una consigna: la escala móvil de los salarios. Los contratos colectivos de trabajo deben asegurar el aumento automático de los salarios correlativamente con la elevación del precio de los artículos de consumo.

Bajo pena de entregarse voluntariamente a la degeneración, el proletariado no puede tolerar la transformación de una multitud creciente de obreros en desocupados crónicos, en menesterosos que viven de las migajas de una sociedad en descomposición. El derecho al trabajo es el único derecho que tiene el obrero en una sociedad fundada sobre la explotación. No obstante se le quita ese derecho a cada instante. Contra la desocupación, tanto de “estructura” como de “coyuntura” es preciso lanzar la consigna de la escala móvil de las horas de trabajo. Los sindicatos y otras organizaciones de masas deben ligar a aquellos que tienen trabajo con los que carecen de él, por medio de los compromisos mutuos de la solidaridad. El trabajo existente es repartido entre todas las manos obreras existentes y es así como se determina la duración de la semana de trabajo. El salario, con un mínimo estrictamente asegurado sigue el movimiento de los precios. No es posible aceptar ningún otro programa para el actual período de transición.

Los propietarios y sus abogados demostrarán “la imposibilidad de realizar” estas reivindicaciones. Los capitalistas de menor cuantía, sobre todo aquellos que marchan a la ruina, invocarán además sus libros de contabilidad. Los obreros rechazarán categóricamente esos argumentos y esas referencias. No se trata aquí del choque “normal” de intereses materiales opuestos. Se trata de preservar al proletariado de la decadencia, de la desmoralización y de la ruina. Se trata de la vida y de la muerte de la única clase creadora y progresiva y, por eso mismo, del porvenir de la humanidad. Si el capitalismo es incapaz de satisfacer las reivindicaciones que surgen infaliblemente de los males por él mismo engendrados, no le queda otra que morir. La “posibilidad” o la “imposibilidad” de realizar las reivindicaciones es, en el caso presente, una cuestión de relación de fuerzas que sólo puede ser resuelta por la lucha. Sobre la base de esta lucha, cualesquiera que sean los éxitos prácticos inmediatos, los obreros comprenderán, en la mejor forma, la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista.



LOS SINDICATOS EN LA EPOCA DE TRANSICION

En la lucha por las reivindicaciones parciales y transitorias, los obreros necesitan, ahora más que nunca, organizaciones de masa, ante todo sindicatos. El auge de los sindicatos en Francia y en los Estados Unidos es la mejor respuesta a las doctrinas ultra-izquierdistas que predicaban que los sindicatos estaban “fuera de época”.

Los Bolchevique Leninistas se encuentran en las primeras filas de todas las formas de lucha, aún allí donde se trata de los intereses de los más modestos de la clase obrera. Toman parte activa en la vida de los sindicatos de masa, preocupándose de robustecer y acrecentar su espíritu de lucha. Luchan implacablemente contra toda las tentativas de someter los sindicatos al estado burgués y de maniatar al proletariado con “el arbitraje obligatorio” y todas las demás formas de intervención policial, no sólo son fascistas sino también “democráticas”. Solamente sobre la base de ese trabajo es posible luchar con buen éxito en el seno de los sindicatos contra la burocracia reformista incluidos los stalinistas. Las tentativas sectarias de crear o mantener pequeños sindicatos “revolucionarios” como una segunda edición del partido, significa en el hecho la renuncia por la lucha por la dirección de la clase obrera. Hace falta plantear aquí como un principio inconmovible: el auto-aislamiento cobarde fuera de los sindicatos de masas, equivalente a la traición a la revolución, es incompatible con la pertenencia a la IV internacional.

Al mismo tiempo la IV Internacional rechaza y condena resueltamente todo fetichismo de los sindicatos, propio de los treadeunionistas y de los sindicalistas.

a) Los sindicatos no tienen, y, por sus objetivos, su composición y el carácter de su reclutamiento, no pueden tener un programa revolucionario acabado; por eso no pueden sustituir al partido. La creación de partidos revolucionarios nacionales, secciones de la IV Internacional, es el objetivo central de la época de transición.

b) Los sindicatos, aún los más poderoso, no abarcan más del 20 al 25 de la clase obrera y por otra parte, sus capas más calificadas y mejor pagadas. La mayoría más oprimida de la clase obrera no es arrastrada a la lucha sino episódicamente en los períodos de auge excepcional del movimiento obrero. En estos momentos es necesario crear organizaciones ad-hoc, que abarquen toda la masa en lucha los comités de huelga, los comités de fábrica, y en fin, los soviets.

c) En tanto que organizaciones de las capas superiores del proletariado, los sindicatos, como lo atestigua toda la experiencia histórica, comprendida en ella la experiencia fresca aún de los sindicatos anarco-sindicalistas de España, desenvuelven poderosas tendencias a la conciliación con el régimen democrático burgués. En los períodos agudos de lucha de clases, los aparatos dirigentes de los sindicatos se esfuerzan por convertirse en amos del movimiento de masas para domesticarlo. Esto se produce ya en ocasión de simples huelgas, sobre todo con la ocupación de las fábricas, que sacuden los principios de la propiedad burguesa. En tiempo de guerra o de revolución, cuando la situación de la burguesía se hace particularmente difícil, los jefes de los sindicatos se transforman ordinariamente en ministros burgueses.

Por todo lo que antecede las secciones de la IV Internacional deben esforzarse constantemente no sólo en renovar el aparato de los sindicatos proponiendo atrevida y resueltamente en los momentos críticos nuevos líderes dispuestos a la lucha en lugar de funcionarios rutinarios y carreristas, sino también de crear en todos los casos en que sea posible, organizaciones de combate autónomas que respondan mejor a los objetivos de la lucha de masas contra la sociedad burguesa, sin arredrarse, si fuese necesario, frente a una ruptura abierta con el aparato conservador de los sindicatos. Si es criminal volver la espalda a las organizaciones de masas para contentarse con ficciones sectarias, no es menos criminal tolerar pasivamente la subordinación del movimiento revolucio­nario de las masas al contralor de pandillas burocráticas abiertamente reaccionarias o conservadoras disfrazadas de “progresistas”. El sindicato no es un fin en sí, sino sólo uno de los medios a emplear en la marcha hacia la revolución proletaria.



LOS COMITES DE FABRICA

EI movimiento obrero de la época de transición no tiene un carácter regular e igual sino afiebrado y explosivo. Las consignas, lo mismo que las formas de organización, deben ser subordinadas a ese carácter del movimiento. Huyendo de la rutina como de la peste, la dirección debe prestar atención a la iniciativa de las masas.

Las huelgas con ocupación de fábricas, una de las más recientes manifestaciones de esta iniciativa, rebasan los límites del régimen capitalista normal. Independientemente de las reivindicaciones de los huelguistas, la ocupación temporaria de las empresas asesta un golpe al ídolo de la propiedad capitalista. Toda huelga de ocupación plantea prácticamente el problema de saber quién es el dueño de la fábrica: el capitalista o los obreros.

Si la ocupación promueve esta cuestión episódicamente, el comité de fábrica da a la misma una expresión organizada. Elegido por todos los obreros y empleados de la empresa, el comité de fábrica crea de golpe un contrapeso a la voluntad de la administración.

A la crítica reformista de los patrones del viejo tipo, los “patrones de derecho divino”, del género de Ford, frente a los “buenos” explotadores “democráticos”, nosotros oponemos la consigna de los comités de fábrica como centro de lucha contra unos y otros.

Los burócratas de los sindicatos se opondrán, por regla general, a la creación de comités, del mismo modo que se oponen a todo paso atrevido en el camino de la movilización de las masas. Sin embargo, su oposición será tanto más fácil de quebrar cuanto mayor sea la extensión del movimiento. Allí donde los obreros de la empresa están ya en los períodos “tranquilos” totalmente comprendidos en los sindicatos, el comité coincidirá formalmente con el órgano del sindicato, pero renovará su compo­sición y ampliará sus funciones. Sin embargo, el principal significado de los comités es el de transformarse en estados mayores para las capas obreras que, por lo general, el sindicato no es capaz de abarcar. Y es precisamente de esas capas más explotadas de donde surgirán los destacamentos más afectos a la revolución.

A partir del momento de la aparición del comité de fábrica, se establece de hecho una dualidad de poder. Por su esencia ella tiene algo de transitorio porque encierra en sí dos regímenes inconciliables: el régimen capitalista y el régimen proletario. La principal importancia de los Comités de Fábrica consiste precisamente en abrir un período pre-revolucionario, ya que no directamente revolucionario, entre el régimen burgués y el régimen proletario. Que la propaganda por los Comités de Fábrica no es prematura ni artificial, lo demuestra del mejor modo la ola de ocupación de fábricas que se ha desencadenado en algunos países. Nuevas olas de ese género son inevitables en un porvenir próximo. Es preciso iniciar una campaña en pro de los comités de fábricas para que los acontecimientos no se tomen de improviso.



EL "SECRETO COMERCIAL" Y EL CONTROL OBRERO SOBRE LA INDUSTRIA

El capitalismo liberal basado en la concurrencia y la libertad de comercio se ha eclipsado en el pasado. El capitalismo monopolizador que lo reemplazó, no solamente no ha reducido la anarquía del mercado, sino que, por el contrario, le ha dado un carácter particularmente convulsivo. La necesidad de un “control” sobre la economía, de una “dirección” estatal, de una “planificación” es reconocida ahora - al menos verbalmente - por casi todas las corrientes del pensamiento burgués y pequeño-burgués, desde el fascismo hasta la social-democracia. Para el fascismo se trata sobre todo de un pillaje “planificado” del pueblo con fines militares. Los social-demócratas tratan de desagotar el océano de la anarquía con la cuchara de una “planificación” burocrática. Los ingenieros y los profesores tratan de convertirse en tecnócratas. Los gobiernos democráticos tropiezan en sus tentativas tímidas de “reglamentación” con el sabotaje insuperable del gran capital.

El verdadero nexo entre explotadores y “controladores” democráticos se revela en el hecho de que los señores “reformadores” poseídos de una santa emoción, se detienen en el umbral de los trusts con sus “secretos” industriales y comerciales. Aquí reina el principio de “no intervención”. Las cuentas entre el capital aislado y la sociedad constituyen un secreto del capitalismo: la sociedad no tiene nada que ver con ellas. El “secreto” comercial se justifica siempre, como en la época del capitalismo liberal, por los intereses de la “concurrencia”. En realidad los trusts no tienen secretos entre sí. El secreto comercial de la época actual es un constante complot del capital monopolizador contra la sociedad. Los proyectos de limitación del absolutismo de los “patrones de derecho divino” seguirán siendo lamentables farsas mientras los propietarios privados de los medios sociales de producción puedan ocultar a los productores y, a los consumidores la mecánica de la explotación, del pillaje y del engaño. La abolición del “secreto comercial” es el primer paso hacia un verdadero control de la industria.

Los obreros no tienen menos derechos que los capitalistas a conocer los “secretos” de la empresa, de los trusts, de las ramas de las industrias, de toda la economía nacional en su conjunto. Los bancos, la industria pesada y los transportes centralizados deben ser los primeros sometidos a observación.

Los primeros objetivos del control obrero consisten en aclarar cuales son las ganancias y gastos de la sociedad, empezando por la empresa aislada, determinar la verdadera parte del capitalismo aislado y de los capitalistas en conjunto en la renta nacional, desenmascarar las combinaciones de pasillo y las estafas de los bancos y de los trusts; revelar, en fin, ante la sociedad el derroche espantoso de trabajo humano que resulta de la anarquía del capitalismo y de la exclusiva persecución de la ganancia.

Ningún funcionario del estado burgués puede llevar a cabo esa tarea, cualesquiera que sean los poderes de que fuera investido. El mundo entero ha observado la impotencia del presidente Roosevelt y del presidente del consejo León Blum frente al complot de las “60” o de las “200” familias de sus respectivos países. Para quebrar la resistencia de los explotadores se requiere la presión del proletariado. Los comités de fábrica y solamente ellos pueden asegurar un verdadero control sobre la producción llamando en su ayuda como consejeros y no como tecnócratas a los especialistas honestos y afectos al pueblo: contadores, estadísticos, ingenieros, sabios, etc...

En particular la lucha contra la desocupación es inconcebible sin una amplia y atrevida organización de “grandes obras públicas”. Pero las grandes obras no pueden tener una importancia durable y progresiva, tanto para la sociedad como para los desocupados, si no forman parte de un plan general, trazado para un período de varios años. En el cuadro de un plan semejante los obreros reivindicarán la vuelta al trabajo, por cuenta de la sociedad, en las empresas privadas cerradas a causa de la crisis. El control obrero en tales casos sería sustituido por una administración directa por parte de los obreros.

La elaboración de un plan económico, así sea el más elemental, desde el punto de vista de los intereses de los trabajadores y no de los explotadores, es inconcebible sin control obrero, sin que la mirada de los obreros penetre a través de los resortes aparentes y ocultos de la economía capitalista. Los comités de las diversas empresas deben elegir, en reuniones oportunas, comités de trusts, de ramas de la industria, de regiones económicas, en fin, de toda la industria nacional, en conjunto. En esa forma, el control obrero pasará a ser la escuela de la economía planificada. Por la experiencia del control, el proletariado se preparará para dirigir directamente la industria nacionalizada cuando la hora haya sonado.

A los capitalistas, especialmente aquellos de pequeña y mediana importancia que, a veces, proponen ellos mismos abrir sus libros de cuentas ante los obreros - sobre todo para demostrarles la necesidad de reducir los salarios - los obreros deberán responderles que lo que a ellos les interesa no es la contabilidad de los quebrados o de los semi-quebrados aislados, sino la contabilidad de todos los explotadores. Los obreros no pueden ni quieren adaptar su nivel de vida a los intereses de los capitalistas aislados convertidos en víctimas de su propio régimen. La tarea consiste en reconstruir todo el sistema de producción y de distribución sobre principios más racionales y más dignos. Si la abolición del secreto comercial es la condición necesaria de control obrero, ese control representa el primer paso en el camino de la dirección socialista de la economía.



LA EXPROPIACION DE CIERTOS GRUPOS DE CAPITALISTAS

El programa socialista de la expropiación, vale decir, de la destrucción política de la burguesía y de la liquidación de su dominación económica, no puede, en ningún caso, constituir un obstáculo en el presente período de transición, bajo diversos pretextos, a la reivindicación de la expropiación de ciertas ramas de la industria, vitalísima para la existencia nacional de los grupos más parasitarios de la burguesía.

Así, a las prédicas quejumbrosas de los señores demócratas sobre la dictadura de las “60” familias de los Estados Unidos o de las “200” familias de Francia nosotros oponemos la reivindicación de la expropiación de esos 60 o 200 señores feudales del capitalismo.

De igual modo reivindicamos la expropiación de las compañías monopolizadoras de la industria de guerra, de los ferrocarriles, de las más importantes fuentes de materias primas, etc...

La diferencia entre estas reivindicaciones y la consigna reformista demasiado vieja de “nacionalización” consiste en que: 1) Nosotros rechazamos la indemnización; 2) Prevenimos a las masas contra los charlatanes del Frente Popular que, mientras proponen la nacionalización en palabras, siguen siendo, en los hechos, los agentes del capital; 3) Aconsejamos a las masas a contar solamente con su fuerza revolucionaria; 4) ligamos el problema de la expropiación a la cuestión del poder obrero y campesino.

La necesidad de lanzar la consigna de la expropiación en la agitación cotidiana, por consecuencia, de una manera fraccionada, y no solamente desde un punto de vista de propaganda, bajo su forma general, es provocada porque las diversas ramas de la industria se encuentran en un distinto nivel de desarrollo, ocupan lugares diferentes en la vida de la sociedad y pasan por diferentes etapas de la lucha de clases. Sólo el ascenso revolucionario general del proletariado puede poner la expropiación general de la burguesía en el orden del día. El objeto de las reivindicaciones transitorias es el de preparar al proletariado a la resolución de esta tarea.



LA EXPROPIACION DE LOS BANCOS PRIVADOS Y LA ESTATIZACION DEL SISTEMA DE CREDITOS

El imperialismo significa la dominación del capital financiero. Al lado de los consorcios y de los trusts y frecuentemente arriba de ellos, los bancos concentran en sus manos la dirección de la economía. En su estructura, 105 bancos reflejan bajo una forma concentrada, toda la estructura del capitalismo contemporáneo: combinan la tendencia al monopolio con la tendencia a la anarquía. Organizan milagros de técnica, empresas gigantescas, trusts potentes y organizan también la vida cara, las crisis y la desocupación. Imposible dar ningún paso serio hacia adelante en la lucha contra la arbitrariedad monopolista y la anarquía capitalista si se dejan las palancas de comando de los bancos en manos de los bandidos capitalistas. Para crear un sistema único de inversión y de crédito, según un plan racional que corresponda a los intereses de toda la nación es necesario unificar todos los bancos en una institución nacional única. Sólo la expropiación de los bancos privados y la concentración de todo el sistema de crédito en manos del Estado pondrá en las manos de éste los medios necesarios, reales, es decir materiales, y no solamente ficticios y burocráticos, para la planificación económica.

La expropiación de los bancos no significa en ningún caso la expropiación de los pequeños depósitos bancarios. Por el contrario para los pequeños depositantes la banca del Estado única podrá crear condiciones más favorables que los bancos privados. De la misma manera sólo la banca del Estado podrá establecer para los campesinos, los artesanos y pequeños comerciantes condiciones de crédito privilegia­do, es decir, barato. Sin embargo, lo más importante es que, toda la economía, en primer término la industria pesada y los transportes, dirigida por un Estado mayor financiero único, sirva a los intereses vitales de los obreros y de todos los otros trabajadores.

No obstante, la estatización de los bancos sólo dará resultados favorables si el poder estatal mismo pasa de manos de los explotadores a manos de los trabajadores.



PIQUETES DE HUELGA, DESTACAMENTO DE COMBATE, MILICIA OBRERA, EL ARMAMENTO DEL PROLETARIADO

Las huelgas con ocupación de fábricas son una muy seria advertencia dirigida por las masas no sólo a la burguesía sino también a las organizaciones obreras, comprendida la cuarta Internacional. En 19l9-1920, los obreros italianos ocuparon, por su propia iniciativa las fábricas señalando así a sus propios “jefes” la llegada de la revolución social. Los “jefes” no tomaron en cuenta la advertencia. Los resultados fueron la victoria del fascismo.

Las huelgas con ocupación no son todavía la toma de la fábrica a la manera italiana: pero son un paso decisivo en este camino. La crisis actual puede exacerbar extremadamente la marcha de la lucha de clases y precipitar el desenlace. No hay que creer sin embargo que una situación revolucionaria surge repentinamente. En realidad su aproximación será señalada por toda una serie de convulsiones. La ola de huelgas con ocupación de fábricas es precisamente una de ellas. La tarea de las secciones de la Cuarta Internacional es de ayudar a la vanguardia proletaria a comprender el carácter general y los ritmos de nuestra época y fecundar a tiempo la lucha de masas con consignas cada vez más resueltas y con medidas de organización para el combate.

La exacerbación de la lucha del proletariado significa la exacerbación de los métodos de resistencia por parte del capital. Las nuevas olas de huelgas con ocupación de fábricas pueden provocar y provocarán infaliblemente enérgicas medidas de reacción por parte de la burguesía. El trabajo preparatorio se conduce desde ahora en los estados mayores de los trusts. ¡Desgraciadas las organizaciones revolucionarias, desgraciado el proletariado si se deja tomar nuevamente de improviso!

La burguesía no se limita en ninguna parte a utilizar solamente la policía y el ejército oficiales. En los Estados Unidos, incluso en los períodos de “calma”, mantiene destacamentos amarillos y bandas armadas de carácter privado en las fábricas. Es preciso agregar ahora las bandas de nazis norteamericanas. La burguesía francesa en cuanto sintió la proximidad del peligro movilizó los destacamentos fascistas semilegales e ilegales, hasta en el interior del ejército oficial. Bastará que los obreros ingleses aumenten de nuevo su empuje para que de inmediato las bandas de Lord Mosley se dupliquen, tripliquen, decupliquen en número e inicien una cruzada sangrienta contra los obreros. La burguesía advierte claramente que en la época actual la lucha de clases infaliblemente tiende a transformarse en guerra civil. Los magnates y los lacayos del capital han aprendido en los ejemplos de Italia, Alemania, Austria y otros países, mucho más que los jefes oficiales del proletariado

Los políticos de la Segunda y la Tercera Internacional, al igual que los burócratas de los sindicatos conscientemente cierran los ojos ante el ejército privado dc la burguesía, pues de lo contrario no podrían mantener ni durante 24 horas su alianza con ella. Los reformistas inculcan sistemáticamente a los obreros la idea de que la sacrosanta democracia está más segura allí donde la burguesía se halla armada hasta los dientes y los obreros desarmados.

La Cuarta Internacional tiene el deber de acabar de una vez por todas con esta política servil. Los demócratas pequeño-burgueses incluso los social-demócratas, los socialistas y los anarquistas gritan más estentóreamente acerca de la lucha con el fascismo cuanto más cobardemente capitulan ante el mismo. Las bandas fascistas sólo pueden ser contrarrestadas victoriosamente por los destacamentos de obreros armados que sienten tras de sí el apoyo de millones de trabajadores. La lucha contra el fascismo no se inicia en la redacción de una hoja liberal, sino en la fábrica y termina en la calle. Los elementos amarillos y los gendarmes privados en las fábricas son las células fundamentales del ejército del fascismo. Los piquetes de huelgas son las células fundamentales del ejército del proletariado. Por allí es necesario empezar. Es preciso inscribir esta consigna en el programa del ala revolucionaria de los sindicatos. En todas partes donde sea posible, empezando por las organizaciones juveniles, es preciso constituir prácticamente milicias de autodefensa, adiestrándolas en el manejo de las armas.

La nueva ola del movimiento de masas no sólo debe servir para aumentar el número de esas milicias, sino también para unificarlas por barrios, ciudades y regiones Es preciso dar una expresión organizada al legítimo odio de los obreros en contra de los elementos rompehuelgas, las bandas de pistoleros y de fascistas. Es preciso lanzar la consigna de la milicia obrera como única garantía seria de la inviolabilidad de las organizaciones, las reuniones y la prensa obrera.

Sólo gracias a un trabajo sistemático, constante, incansable valiente en la agitación y en la propaganda, siempre en relación con la experiencia de la masa misma, pueden extirparse de su conciencia las tradiciones de docilidad y pasividad: educar destacamentos de heroicos combatientes, capaces de dar el ejemplo a todos los trabajadores, infligir una serie de derrotas tácticas a las bandas de la contrarrevolución, aumentar la confianza en sí mismos de los explotados, desacreditar el fascismo a los ojos de la pequeña burguesía y despejar el camino para la conquista del poder para el proletariado.

Engels definía el Estado “destacamentos de elementos armados”. El armamento del proletariado es un factor integrante indispensable de su lucha emancipadora. Cuando el proletariado lo quiera, hallará los caminos y los medios para armarse. También en este dominio la dirección incumbe naturalmente a las secciones de la Cuarta Internacional.



LA ALIANZA DE LOS OBREROS Y DE LOS CAMPESINOS

El obrero agrícola es, en la aldea, el hermano y el compañero del obrero de la industria. Son dos partes de una sola y misma clase. Sus intereses son inseparables. El programa de las reivindicaciones transitorias de los obreros industriales es también, con tales o cuales cambios, el programa del proletariado agrícola.

Los campesinos (chacareros) representan otra clase: es la pequeña burguesía de la aldea. La pequeña burguesía se compone de diferentes capas, desde los semi-propietarios hasta los explotadores.

De acuerdo con esto, la tarea política del proletariado de la industria consiste en llevar la lucha de clases a la aldea: solamente así podrá separar sus aliados de sus enemigos.

Las peculiaridades del desarrollo nacional de cada país hallan su más viva expresión en la situación de los campesinos y parcialmente de la pequeña burguesía de la ciudad (artesanos y comerciantes) porque estas clases, por numerosas que sean, representan en el fondo sobrevivencias de formas precapitalistas de la producción. Las secciones de la Cuarta Internacional deben, de la forma más concreta posible, elaborar programas de reivindicaciones transitorias para los campesinos (chacareros) y la pequeña burguesía de la ciudad correspondiente a las condiciones de cada país. Los obreros avanzados deben aprender a dar respuestas claras y concretas a los problemas de sus futuros aliados.

En tanto siga siendo el campesino un pequeño productor “independiente”, tiene necesidad de crédito barato, de precios accesibles para las máquinas agrícolas y los abonos, de condiciones favorables de transportes, de una organización honesta para las negociaciones de los productos agrícolas. Sin embargo los bancos, los trusts, los comerciantes extorsionan al campesinado por todas partes. Sólo los campesinos pueden reprimir este pillaje, con la ayuda de los obreros. Es necesario que entren a actuar comités de chacareros pobres que, en común con los comités obreros y los comités de empleados de banco, tomaran en sus manos el control de las operaciones de transporte, de crédito y de comercio que interesan a la agricultura.

Invocando de manera mentirosa las “excesivas” exigencias de los obreros, la gran burguesía convierte artificialmente el problema del precio de las mercaderías en una cuña que introduce luego entre los obreros y los campesinos, entre los obreros y la pequeña burguesía de las ciudades. Los campesinos, el artesano y el pequeño comerciante, a diferencia del obrero, del empleado y del pequeño funcionario no pueden reclamar un aumento del salario paralelo al aumento de los precios. La lucha burocrática oficial contra la carestía de la vida no sirve más que para engañar a las masas. Los campesinos, los artesanos y los comerciantes, sin embargo, en su condición de consumidores, deben tomar una participación activa, junto con los obreros, en la política de los precios. A las prédicas de los capitalistas relativas a los gastos de producción, de transporte y de comercio, los consumidores deben responder: “muestren vuestros libros, exigimos el control sobre la política de los precios”. Los órganos de este control deben ser los comités de vigilancia de los precios, formados por delegados de las fábricas, los sindicatos, las cooperativas, las organizaciones de campesinos, los elementos de la pequeña burguesía pobre de las ciudades, de los trabajadores del servicio doméstico, etc... De este modo los obreros demostrarán a los campesinos que la razón de la elevación de los precios no consiste en los salarios altos sino en las ganancias excesivas de los capitalistas y en el derroche de la anarquía capitalista.

El programa de la nacionalización de la tierra y de la colectivización de la agricultura debe formularse de tal manera que excluya radicalmente la idea de la expropiación de los campesinos pobres o de la colectivización forzosa. El campesino continuará siendo el campesino de su lote de tierra mientras él mismo lo considere necesario y posible. Para rehabilitar el programa socialista a los ojos de los campesinos es preciso desenmascarar implacablemente los métodos stalinistas de colectivización, dictados por intereses de la burocracia y no los intereses de los campesinos y de los obreros.

La expropiación de los expropiadores tampoco significa el despojo forzoso de los artesanos pobres y de los pequeños comerciantes. Por el contrario, el control de los obreros sobre los bancos y los trusts, y con mayor razón la nacionalización de estas empresas, puede crear para la pequeña burguesía de la ciudad condiciones incompara­blemente más favorables de crédito, de compra y venta, que bajo la dominación ilimitada de los monopolios la dependencia de esas empresas respecto del capital privado será sustituida por la dependencia respecto al Estado, cuya atención a las necesidades de sus pequeños copartícipes y agentes será tanto mayor cuanto más riguroso sea el control de los obreros sobre el mismo.

La participación práctica de los campesinos explotados en el control de las distintas ramas de la economía permitirá a los campesinos decidir por sí mismo el problema de saber si les conviene o no sumarse al trabajo colectivo de la tierra, en qué plazos y en qué escala. Los obreros de la industria se comprometen a aportar en este camino toda su colaboración a los campesinos por intermedio de los sindicatos, de los comités de fábrica y, sobre todo, del gobierno obrero y campesino. La alianza que el proletariado propone no a las clases medias en general, sino a las capas explotadas de la ciudad y el campo, contra todos los explotadores, e incluso los explotadores “medios”, no puede fundarse en la coacción, sino solamente en un libre acuerdo que debe consolidarse en un “pacto” especial. Este “pacto” es precisamente el programa de reivindicaciones transitorias, libremente aceptado por las dos partes.

LA LUCHA CONTRA EL IMPERIALISMO Y CONTRA LA GUERRA

Toda la situación mundial, y por consecuencia también la vida política interior de los diversos países, se hallan bajo la amenaza de la guerra mundial. La catástrofe que se aproxima penetra de angustia, desde ya a las masas más profundas de la humanidad.

La II Internacional repite su política de traición de 1914 con tanta mayor convicción en cuanto la Internacional comunista desempeña ahora el papel del primer violín del patrioterismo. Desde que el peligro de guerra ha tomado un aspecto concreto, los stalinistas, superando con mucho a los pacifistas burgueses y pequeño burgueses, se han convertido en los campeones de la pretendida “defensa nacional”. La lucha revolucionaria contra la guerra recae así enteramente sobre los hombros de la IV Internacional.

La política de los Bolcheviques Leninistas en esta cuestión ha sido formulada en las tesis programáticas del Secretariado Internacional, que todavía ahora conservan todo su valor ( La IV Internacional y la Guerra, mayo de 1934). El éxito del partido revolucionario en el próximo período dependerá ante todo de su política en la cuestión de la guerra y el arte de apoyarse en la experiencia propia de las masas.

En el problema de la guerra más que en todo otro problema, la burguesía y sus agentes engañan al pueblo con abstracciones, fórmulas generales y frases patéticas: “neutralidad”, ”seguridad colectiva”, “armamentos para la defensa de la paz”, “defensa nacional”, “lucha contra el fascismo”, etc... Todas estas fórmulas se reducen, en resumidas cuentas, a que la cuestión de la guerra, vale decir, la suerte de los pueblos, debe quedar en manos de los imperialistas, de sus gobiernos, de su diplomacia, de sus Estados Mayores con todas sus intrigas y complots contra los pueblos.

La IV Internacional rechaza con indignación todas estas abstracciones que juegan entre los demócratas el mismo rol que entre los fascistas: “honor”, “sangre”, “raza”. Pero la indignación no es suficiente. Es preciso ayudar a las masas con criterios, consignas y reivindicaciones transitorias apropiadas para descubrir la realidad para distinguir lo que hay de concreto en el fondo de las abstracciones fraudulentas.

¿”Desarme”? Pero toda la cuestión del desarme consiste en saber quien desarmará y quien será desarmado. El único desarme que puede prevenir o detener la guerra es el desarme de la burguesía por los obreros. Pero para desarmar a la burguesía, es necesario que los obreros, ellos mismos, se armen.

¿“Neutralidad”? Pero el proletariado no es absolutamente neutral en la guerra entre Japón y China, o entre Alemania y la U.R.S.S. ¿Significa esto la defensa de la China y de la U.R.S.S.? Evidentemente, pero no por intermedio de los imperialistas que estrangularon a la China y a la U.R.S.S.

¿Defensa de la patria? Pero bajo esta abstracción la burguesía entiende la defensa de sus ganancias y de su pillaje. Estamos dispuestos a defender la patria de los ataques de los capitalistas extranjeros, una vez que hayamos atado de pies y manos e impedido a nuestros propios capitalistas atacar las patrias de los demás, una vez que los obreros y los campesinos sean los verdaderos amos de nuestro país; una vez que las riquezas del país pasen de manos de una ínfima minoría a las manos del pueblo; una vez que el ejército, de un instrumento de los explotadores se convierta en un instrumento de los explotados.

Es necesario saber traducir estas ideas fundamentales en ideas más particulares y más concretas, según la marcha de los acontecimientos y la orientación y estado de espíritu de las masas. Es necesario por otra parte, distinguir estrictamente del pacifismo del diplomático, del profesor, del periodista, del pacifismo del carpintero, del obrero agrícola, de la lavandera. En el primer caso, el pacifismo es la máscara del imperialismo. En el segundo es la expresión confusa de la desconfianza hacia el imperialismo.

Cuando el pequeño campesino o el obrero hablan de la defensa de la patria, se representan la defensa de su casa, de su familia y de las otras familias contra la invasión del enemigo, contra las bombas y contra los gases. El capitalismo y su periodista entienden por defensa de la patria la conquista de colonias y de mercados y la extensión, por el pillaje, de la parte “nacional” en los beneficios mundiales. El patriotismo y el pacifismo burgués son completas mentiras. En el pacifismo, lo mismo que en el patriotismo de los oprimidos, hay elementos que reflejan, de una parte el odio contra la guerra destructora y de otra parte su apego a lo que ellos creen que es su interés. Es necesario utilizar estos elementos para extraer las conclusiones revolucionarias necesarias. Es necesario saber oponer honestamente estas dos formas de pacifismo y de patriotismo.

Partiendo de estas consideraciones, la IV Internacional apoya toda reivindicación, aún insuficiente, si es capaz de llevar a las masas, aunque sea en un débil grado, a una política más activa a despertar su crítica y a reforzar su control sobre las maquinaciones de la burguesía.

Es desde este punto de vista que nuestra sección americana, sostiene, criticándola, la proposición de la institución de un referéndum sobre la cuestión de la declaración de guerra. Ninguna reforma democrática puede impedir, por ella misma, a los dirigentes provocar la guerra cuando ellos lo quieran. Es necesario hacer abiertamente esta advertencia. Pero cualesquiera que sean las ilusiones de las masas respecto al referéndum, esta reivindicación refleja la desconfianza de los obreros y los campesinos por el gobierno y el parlamento de la burguesía. Sin sostener ni desarrollar las ilusiones de las masas, es necesario apoyar con todas las fuerzas la desconfianza progresiva de los oprimidos hacia los opresores. Mientras más crezca el movimiento por el referéndum, más pronto los pacifistas burgueses se aislarán, más se desacredi­taran los traidores de la Internacional Comunista y más viva se hará la desconfianza de los trabajadores hacia los imperialistas.

Es desde este punto de vista que debe ser sostenida, en adelante, la reivindicación del derecho de voto a los dieciocho años para los hombres y mujeres. Aquel que mañana será llamado a morir por la “patria” debe tener el derecho de hacer oír su voz ahora. La lucha contra la guerra debe consistir, ante todo, en la movilización revolucionaria de la juventud.

Es necesario hacer plena luz sobre el problema de la guerra en todos sus aspectos, principalmente sobre aquel bajo el cual se presenta a las masas en un momento dado.

La guerra es una gigantesca empresa comercial, sobre todo para la industria de guerra. Es por eso que las “doscientas familias” son los primeros patriotas y los principales provocadores de la guerra. El control obrero sobre la industria de guerra es el primer paso sobre “los fabricantes” de la guerra.

A la consigna de los reformistas: impuesto sobre los beneficios de la industria de guerra, nosotros oponemos la consigna de: confiscación de las ganancias y expropiación de las empresas que trabajan para la guerra. Donde la industria de la guerra está “nacionalizada”, como en Francia, la consigna del control obrero conserva todo su valor; el proletariado tiene hacia el estado burgués la misma desconfianza que hacia el burgués individual.

¡Ni un hombre, ni un centavo para el gobierno burgués!

¡Nada de programas de armamento sino un programa de trabajos de utilidad pública!

¡Completa independencia de las organizaciones obreras del control militar-policíaco!

Es necesario arrancar de una vez por todas el destino de los pueblos de las manos de las camarillas imperialistas ávidas y despiadadas que conspiran a sus espaldas. De acuerdo con esto reivindicamos: abolición completa de la diplomacia secreta; todos los tratados y acuerdos deben ser accesibles a cada obrero y campesino. Creación de escuelas militares para la formación de oficiales salidos de las filas de los trabajadores y escogidos por las organizaciones obreras, instrucción militar de los obreros y campesinos bajo el control inmediato de comités obreros y campesinos.

Sustitución del ejército permanente, es decir del cuartel, por una milicia popular en ligazón indisoluble con las fábricas, las minas y los campos.

La guerra imperialista es la continuación y la exacerbación de la política de pillaje de la burguesía. La lucha del proletariado contra la guerra imperialista es la continuación y la exacerbación de la lucha de clase. El comienzo de la guerra cambia la situación y parcialmente los procedimientos de la lucha de clases, pero no cambia ni los objetivos ni la dirección fundamental de la misma.

La burguesía imperialista domina el mundo, es por eso que la próxima guerra, en su carácter fundamental, será una guerra imperialista. El contenido fundamental de la política del proletariado será, en consecuencia, la lucha contra el imperialismo y su guerra. El principio fundamental de esta lucha será: “El enemigo principal está en el país” o “La derrota de nuestro propio gobierno (imperialista) es el menor mal”.

           Pero todos los países del mundo no son países imperialistas. Al contrario la mayoría de los países son víctimas del imperialismo. Algunos países coloniales o semi-coloniales intentarán, sin duda, utilizar la guerra para sacudir el yugo de la esclavitud. De su parte la guerra no será imperialista sino emancipadora. El deber del proletariado internacional será el de ayudar a los países oprimidos en guerra contra los opresores, este mismo deber se extiende también a la U.R.S.S y a todo el estado obrero que pueda surgir antes de la guerra. La derrota de todo gobierno imperialista en la lucha contra un estado obrero o un país colonial es el menor mal.

Los obreros de un país imperialista no pueden ayudar a un país anti-imperialista por medio de su gobierno, cualesquiera que sean, en un momento dado, las relaciones diplomáticas entre los dos países. Si los gobiernos se encuentran en alianza temporaria que por la propia naturaleza debe ser incierta, el proletariado del país imperialista debe permanecer en su posición de clase frente a su gobierno y aportar el apoyo a su aliado no imperialista por sus métodos, es decir, por los métodos de la lucha de clases internacional (agitación en favor del estado obrero y del país colonial, no solamente contra sus enemigos, sino también contra sus aliados pérfidos; boicot y huelga en ciertos casos, renuncia al boicot y la huelga en otros, etc...).

Sin dejar de sostener al país colonial y a la U.R.S.S. en la guerra, el proletariado no se solidariza, en ninguna forma, con el gobierno burgués del país colonial ni con la burocracia termidoriana de la U.R.S.S. Al contrario, mantiene su propia independencia política tanto frente a uno como frente a la otra. Ayudando a una guerra justa y progresiva el proletariado revolucionario conquista las simpatías de los trabajadores de las colonias y de la U.R.S.S. Afirma así la autoridad de la IV internacional y puede ayudar por lo tanto, mejor, a la caída del gobierno burgués en el país colonial y de la burocracia reaccionaria de la U.R.S.S.

Al principio de la guerra las secciones de la IV internacional se sentirán inevitablemente aisladas: cada guerra toma de improviso a las masas populares y las empuja del lado del aparato gubernamental. Los internacionalistas deberán marchar contra la corriente. No obstante, las devastaciones y los males de la nueva guerra, que desde los primeros meses dejarán muy atrás los sangrientos horrores de 1914-18 desilusionarán pronto a las masas. Su descontento y su rebelión crecerán por saltos. Las secciones de la IV internacional se encontrarán a la cabeza del flujo revolucionario. El programa de reivindicaciones transitorias adquirirá una ardiente actualidad. El problema de la conquista del poder por el proletariado se planteará con toda su amplitud.

Antes de agotar, o ahogar en sangre a la humanidad, el capitalismo envenena la atmósfera mundial con los vapores deletéreos del odio nacional y racial. El antisemitismo es ahora una de las convulsiones más malignas de la agonía capitalista.

La divulgación tenaz en contra de todos los prejuicios de raza y de todas las formas y matices de la arrogancia nacional del chauvinismo, en particular del antisemitismo, debe entrar en el trabajo cotidiano de todas las secciones de la IV Internacional, como el principal trabajo de educación en la lucha contra el imperialismo y la guerra. Nuestra consigna fundamental sigue siendo:

¡Proletarios de todos los países, uníos!