China. Un imperialismo en construcción, (extracto): Difference between revisions
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Un imperialismo en construcción 15/07/2014 | Pierre Rousset
China no es un “país emergente”, sino una potencia emergida. No es un “subimperialismo” que vela por el orden en su región, sino un imperialismo “en proceso de constitución”. La nueva burguesía china quiere jugar en la cancha de los más grandes. El éxito de su proyecto todavía no está asegurado, ni mucho menos, pero esa ambición es la que dicta su política internacional y regional, económica y militar.
Las nuevas “potencias emergentes” suelen agruparse bajo las siglas BRICS, que se refieren a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Efectivamente, estos países intentan formar un bloque en el marco internacional, organizando “cumbres” (la 5ª tuvo lugar en Durban en 2013 y la siguiente tiene lugar estos días en Fortaleza). Han anunciado la creación de un banco internacional de desarrollo controlado por ellos, alternativo al Banco Mundial. Compiten con los países imperialistas tradicionales en el acceso a las riquezas, en especial en el continente africano. El balance de este proyecto es de momento bastante mediocre, pero queda la tentación de formular un “análisis crítico común” de los BRICS con el fin, en particular, de reforzar la capacidad de “resistencia Sur-Sur y de solidaridad” populares, oponiendo los “brics de abajo” a los “BRICS de arriba”/1.
Patrick Bond, militante destacado del movimiento altermundialista y profesor comprometido sudafricano/2, desarrolla su análisis en un reciente artículo publicado en Pambazuka/3. Si para los defensores “más radicales” del bloque de los BRICS, este comprende un “potencial antiimperialista”, también encierra “peligros mucho más importantes”: que esos Estados desempeñen “funciones de ‘subimperialismo’, contribuyendo al mantenimiento del régimen neoliberal”. El análisis de Bond es matizado y diferencia la situación de los diversos países en cuestión, planteando incluso la posibilidad de que algunos de ellos participen en conflictos “interimperialistas”, como está haciendo Rusia en Ucrania/Crimea. Sin embargo, en todo caso aplica el concepto de “subimperialismo” a todos los componentes del “bloque”, China incluida.
Como señala Bond, la noción de Estados subimperialistas se remonta a muchos años atrás: evocada en 1965 por Ruy Mauro Marini para describir el papel de la dictadura brasileña en el hemisferio occidental, se “empleó repetidamente en la década de 1970”. Ahí es donde la cosa empieza a no encajar: es cierto que hoy en día siguen existiendo “subimperialismos”, pero las condiciones de ascenso de la potencia china son tan distintas de las de los Estados de los que se hablaba entonces que es dudoso que el mismo término permita comprender la especificidad del caso chino. No cabe duda de que el régimen chino actual ha contribuido a ampliar (¡y cómo!) la esfera de acumulación del capital internacional, que se ha integrado en la globalización y la financiarización de la economía, que ha legitimado el orden dominante adhiriéndose a la OMC combatida por todos los movimientos sociales progresistas y que ha entregado a las multinacionales una mano de obra carente de derechos y explotable a voluntad (los migrantes del interior); todo esto forma parte de la función que tienen asignada tradicionalmente los subimperialismos. Al hacerlo, China podría haberse convertido de nuevo en un país dominado como los demás por las potencias imperialistas tradicionales. Esta posibilidad parecía materializarse en la década de 2000, pero la dirección del Partido Comunista Chino (PCC) y el nuevo capitalismo burocrático chino tomaron una decisión distinta. Contaban con la baza de la herencia de la revolución maoísta, que había roto los lazos de dependencia del imperialismo, cosa que no se puede decir de ningún otro miembro del BRICS aparte de Rusia; además, a diferencia de esta última, el partido en el poder ha sabido pilotar el proceso de transición capitalista sin solución de continuidad, cambiando profundamente la estructura de clase de la sociedad china/4.
Esto no significa que los demás Estados más o menos calificables de subimperialistas (de Brasil a Arabia Saudita, pasando por Sudáfrica e Israel) sean simples títeres en manos de Washington; pero la lógica que sigue la política internacional de Pekín es cualitativamente diferente. Cuando Brasil envía tropas a Haití, o India a Sri Lanka, cumplen el papel de gendarmes regionales en defensa del orden mundial. En Asia oriental, China ha emprendido un pulso con Japón –cosa muy distinta– y con ello desafía a EE UU: puesto que ya es miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y posee oficialmente el arma nuclear, reclama el pleno reconocimiento como potencia.
Economía y estrategia
Para impulsar estas nuevas ambiciones, Pekín cuenta con una base económica muy superior a la de Rusia, que depende en mucha mayor medida de su capacidad militar. El peso de China en la economía global ha crecido de forma rápida e impresionante. ¿Hasta dónde le llevará este ascenso como potencia? Para Bruno Jetin, en este terreno sigue habiendo una gran incertidumbre/5. En términos absolutos, China posee desde 2010 el segundo producto interior bruto mayor del mundo, por detrás del de EE UU, pero superando a los de Japón y Alemania. Si se mantiene la tendencia actual, podría llegar a ocupar el primer puesto dentro de pocos años/6. Lo importante en este terreno no es la precisión de los cálculos o pronósticos, sino la tendencia.
China también es el segundo mercado, uno de los principales prestamistas y la primera “fábrica” del mundo; una posición que la competencia de otros países asiáticos de mano de obra muy barata no puede disputarle fácilmente, pues el país posee además numerosas ventajas extrasalariales. Más difícil es calibrar las posibilidades de la economía china de avanzar significativamente en el ámbito de la innovación tecnológica. Gracias, una vez más, a su independencia con respecto a los imperialismos tradicionales, el régimen está en condiciones de negociar importantes transferencias de tecnología, pero todavía no ha dado un salto adelante en materia de innovaciones autóctonas radicales/7. Un escollo que la dirección del PCC pretende superar próximamente (incluso mediante la adquisición de empresas occidentales). China acaba de afirmar su peso en un nuevo terreno, interviniendo en calidad de “gendarme internacional” de la competencia para bloquear una operación multinacional (a la sazón europea) que no afectaba directamente a ninguna de sus propias empresas: la alianza entre las líderes mundiales del transporte marítimo Maersk (danesa), MSC (italo-suiza) y CMA-CGM (francesa), pese a que ya contaba con el visto bueno de Bruselas y Washington/8. La elección del sector –el transporte marítimo – para esta intervención sorpresa no se debe al azar: China es el primer país exportador del planeta.
La cuestión de fondo es esta: ¿es sostenible el “modelo chino” de desarrollo capitalista? No está claro que sea capaz de resistir a la explosión de burbujas especulativas (como en el sector inmobiliario) o a una fuerte crisis social, a una nueva recesión mundial, al estallido de un conflicto en Asia oriental o a graves tensiones con el capital chino multinacional. Este modelo ha configurado una sociedad marcada por grandes desigualdades, similar a las de numerosos países latinoamericanos y distinta de las de los países occidentales (aunque en EE UU impera asimismo una gran desigualdad y hay países europeos en proceso de “tercermundialización”). La corrupción gangrena el país hasta el punto de que pone en peligro la aplicación de las orientaciones económicas. Cada vez más familias muy ricas –incluidas las que forman parte de las altas esferas del régimen– se lanzan a la especulación y utilizan los paraísos fiscales para evitar los controles oficiales. La coherencia del “capitalismo burocrático” está siendo cuestionada por el ascenso de capitalistas privados y minada desde dentro por el individualismo de los “príncipes rojos”, hijos de los jerarcas del partido. Ahora bien, es justamente este núcleo central de la clase dominante actual el que pilota el proyecto estratégico de constitución del nuevo imperialismo, el que le da su fuerza; si se quiebra, ¿cómo se llevará a cabo la reconversión?
Dicho esto, hoy por hoy la política económica internacional china no solo persigue obtener beneficios, sino también sentar las bases que requiere una superpotencia. En lo tocante a las materias primas, China carece de casi todo, o carecerá en el futuro; compra masivamente tierras agrícolas y yacimientos (petróleo, gas, metales raros…) en todo el mundo y adquiere el control de empresas multinacionales/9; se asegura la capacidad de intervenir directamente en la producción de esas empresas mediante el nombramiento de sus gerentes, aunque también exportando mano de obra china (África…) o reclutando preferentemente a nacionales del país que hablan chino (Vietnam…). Paralelamente, intenta asegurar las vías de comunicación intercontinentales adquiriendo puertos/10 o aeropuertos, invirtiendo en la marina mercante y desplegando progresivamente su flota militar con motivo, en particular, de operaciones contra la piratería en alta mar.
Adquisición de deudas soberanas o de entidades bancarias, diversificación de sus reservas de cambio, creación de cajas de compensación en yuanes en Londres, Fráncfort y Singapur, y próximamente en París… China refuerza su posición en las finanzas internacionales después de hacer un uso eficaz de Hongkong con el mismo fin. En octubre de 2013, el yuan chino sustituyó al euro como segunda divisa en la financiación del comercio internacional a pesar de no ser todavía completamente convertible/11. Es verdad que en el conjunto de las transacciones financieras internacionales el yuan aún no es más que la séptima moneda del mundo en importancia (situándose muy por detrás del euro) y que la supremacía del dólar no está en entredicho, pero Pekín puede beneficiarse de las inquietudes provocadas por la manera en que EE UU exige un derecho de inspección de las cuentas en dólares en el mundo entero e impone su normativa fuera de sus fronteras con respecto a cualquier transacción comercial pagadera en su moneda, como ilustra el asunto BNP Paribas, literalmente colocado bajo tutela/12. En estas condiciones está claro que se reforzará la búsqueda de divisas alternativas.
China también gana puntos en otro sector dominado por los imperialismos tradicionales. Según el último informe del Sipri (Instituto Internacional de Investigación sobre la Paz de Estocolmo), por primera vez desde el final de la guerra fría, China se sitúa entre los cinco mayores países exportadores de armas, un quinteto que hasta ahora no incluía más que a EE UU y países europeos/13. Con el 6 % de las ventas, alcanza el cuarto puesto, justo por detrás de Alemania (7 %), superando a Francia (5 %) y al Reino Unido (4 %), que queda relegado al sexto puesto/14.
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