1.8 Las nuevas feministas

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En la primera oleada feminista un elemento había mancomunado al feminismo burgués y al que se desarrollaba en el movimiento obrero, permitiendo también una unidad de acción en algunas circunstancias y en algunos países: la demanda de emancipación. La reivindicación del acceso a la educación y al mundo del trabajo, de la plena ciudadanía y la del derecho a la participación en la vida política habían representado un elemento decisivo y central. La primera oleada feminista pedía en su conjunto la inclusión de quienes desde siempre habían sido excluidas, exigía la plena realización de la igualdad prometida por la Revolución francesa. La reivindicación de igualdad con los hombres no era necesariamente un sometimiento al modelo masculino, como luego se reprochó a las primeras feministas. Fue, más bien, el aparato conceptual que las revoluciones burguesas y posteriormente el movimiento obrero habían puesto a su disposición y que las mujeres aprendieron a utilizar para valorizar su lado más radical. “Ninguna verdadera igualdad será jamás posible sin nosotras” fue el desafío lanzado por las feministas a quienes, bajo el paraguas de un falso universalismo, hasta entonces sólo habían pensado la igualdad en masculino.

La segunda oleada feminista, que estalló entre los años sesenta y setenta, puso radicalmente en discusión este paradigma. Mientras tanto, entre la primera y la segunda oleada feminista, había aparecido en 1949 un libro que hizo época: El segundo sexo de Simone de Beauvoir.

El nuevo feminismo se afirmó y se difundió por todo el planeta en esa intersección entre los movimientos estudiantiles y juveniles, el nuevo movimiento obrero, las luchas de liberación nacional, los movimientos antisegregacionistas, el Black Power que fue el 68 y los años sesenta y setenta. En la enorme sacudida que supuso para al orden social y político existente la propinada por una nueva generación de “desagradecidos hijos del bienestar”, por los estudiantes politizados en los campus americanos y en las universidades de toda Europa, por el nuevo movimiento negro en Estados Unidos, por una joven clase obrera rebelde… el feminismo encontró la savia necesaria para resurgir. Si bien la segunda oleada feminista fue también el momento del divorcio entre feminismo y movimiento obrero, la difusión, la fuerza y la radicalidad de las luchas de las mujeres y de su elaboración teórica no habría sido imaginable sin el contexto favorable creado por el 68 y los movimientos posteriores.

La contestación juvenil había puesto en cuestión el modelo social existente, criticando no solamente las relaciones de producción, sino también las relaciones sociales, los clichés y los estereotipos impuestos, el conformismo y la cultura del bienestar, el autoritarismo y las relaciones de poder difundidas. En esta radical puesta en cuestión de lo existente, en la alusión a, y en la tentativa de, poner en práctica relaciones distintas, las nuevas feministas encontraron los instrumentos de crítica con los que volverse contra la dominación masculina en la cultura, en la sociedad, en la producción, en la política y en la familia.

Una de las características más difundidas de la segunda oleada feminista fue, de hecho, la substitución del modelo emancipacionista, basado en la reivindicación de igualdad con los hombres, por el rechazo en nombre de la diferencia de esa igualdad interpretada como sometimiento al modelo masculino. Ya no se contentó con declarar la plena participación de las mujeres en la vida política y social. De hecho, en la experiencia de estas activistas, esta participación había tenido lugar, pero no había conducido a una puesta en cuestión real de las relaciones de poder entre los sexos. Se inició por eso una crítica y una deconstrucción sistemática de las formas de la política y de la vida social, así como de la cultura, con el fin de mostrar su carácter patriarcal. Ya que durante milenios los hombres habían sido los únicos que habían accedido al orden simbólico, éstos lo habían forjado a su imagen y semejanza, a resultas de lo cual las mujeres eran aplastadas e inexorablemente excluidas.

Tampoco se libraban las organizaciones y las formas de participación política del movimiento obrero. De hecho, éstas también reproducían por ejemplo la separación neta entre lo personal y lo político que las feministas sentían y denunciaban como algo extraño a su propia modalidad de politización y participación.

Un segundo elemento común fue la centralidad atribuida a la cuestión de la autodeterminación de la mujer: la reivindicación de la contracepción y del aborto libre y gratuito iba acompañada por la denuncia de la violencia masculina y por una nueva reflexión sobre sexualidad, que conoció también teorizaciones radicales sobre la violencia y la relación de dominio insito en el coito. Otros dos elementos fueron: 1) la teorización del patriarcado como sistema de opresión anterior al capitalismo y de la relación de dominio entre los sexos como matriz de todas las demás relaciones de dominio, opresión o explotación. Fue pues rechazado en general el orden jerárquico de las contradicciones, que veía en la cima la contradicción de clase y a continuación la de género, raza, nacionalidad, etc… 2) La elaboración de una idea de la política que abordara conjuntamente lo personal y lo político y que implicase una transformación desde ya de una misma y de las formas de la propia existencia y de las relaciones con las demás y los demás.

A pesar de la centralidad atribuida a la reflexión sobre la sexualidad y sobre sus formas, no siempre la contribución fundamental de las lesbianas al movimiento feminista, así como su protagonismo y su visibilidad en tanto que lesbianas en el seno del movimiento, fue vista con simpatía. Ello conllevó en países como Italia una fricción creciente entre las lesbianas y el movimiento feminista y también una separación y la consiguiente creación de un movimiento lésbico separado. Por lo demás, éste ha intentado interpretar el lesbianismo, no simplemente como algo pertinente en el ámbito de la sexualidad, sino como una posición eminentemente política, la posición de quien está hasta tal punto al margen del orden vigente basado en la heterosexualidad obligatoria que es capaz de desarrollar la acción de crítica más radical.

El lugar de origen de la segunda oleada feminista fueron los campus norteamericanos a mediados de los años sesenta. Una de las mayores fuentes de inspiración del movimiento fueron los movimientos afroamericanos, que se estaban afirmando en ese momento y que desarrollaron un papel fundamental en el seno de la contestación estadounidense de los años sesenta. De estos movimientos, el feminismo extrajo algunos instrumentos conceptuales nuevos: el descubrimiento de la diferencia como proceso de afirmación y de diferenciación de la propia identidad, la autodeterminación, la lucha de liberación. Se trató, como ocurrirá posteriormente en los demás países, de un movimiento compuesto predominantemente de mujeres jóvenes, muchas de las cuales habían participado en otros movimientos: el movimiento por la libertad de expresión, por los derechos civiles, la Nueva Izquierda. En el seno de esos movimientos había madurado la necesidad de un movimiento separado de mujeres, en el cual pudieran tener cabida sus propias necesidades y sus propias aspiraciones específicas. La participación masiva y al papel fundamental desarrollado por las mujeres en estas movilizaciones y organizaciones no se correspondía con posibilidad alguna de protagonismo, sofocada por unos liderazgos y unos mecanismos de funcionamiento masculinos. Esta contradicción, algo ya estridente, empujó pues a las mujeres de los movimientos a poner en primer plano sus propias reivindicaciones, a partir de la de la propia diferencia.

En 1970 se publicaron tres textos que influenciarían profundamente no solamente el movimiento feminista estadounidense, sino el de otros muchos países: La dialéctica del sexo de Shulamith Firestone, quien se convertirá en una de las teóricas más eminentes del feminismo radical, Política sexual de Kate Millet y Sisterhood is Powerful de Robin Morgan. En el último de estos tres textos, utilizando el concepto de “sisterhood”, Morgan preconizaba un abrazo universal entre las mujeres contra la opresión común, el sexismo, que, según la autora, representaba la matriz de todas las demás opresiones: capitalismo, racismo e imperialismo. Esta idea de la hermandad universal fue fuertemente puesta en cuestión por las activistas afroamericanas y chicanas y por las de clase obrera, que rechazaron reconocerse en el sistema de jerarquías de opresión delineado por las feministas radicales blancas así como en una hermandad que tachaban de esencialista.

Si bien ponían el machismo y el sexismo de los propios movimientos mixtos en el punto de mira, estas activistas no podían reconocerse en el “género femenino” descrito por las feministas blancas ni renunciar a la lucha común junto a los hombres de su comunidad o de su clase contra la explotación como trabajadores o su opresión por ser afroamericanos, inmigrados, chicanos. La feminista negra Frances Beal, una de las fundadoras de la Third World Women’s Alliance, redactó en 1970 un documento con el título Double Jeopardy en el que se sostenía sin medias tintas: “Es inútil engañarse en poder pensar en la mujer negra mientras se limita a cuidar de la propia casa y de los niños al modo de una blanca de clase media. La mayor parte de las mujeres negras debe trabajar para mantener, alimentar y vestir a su familia”. Si las mujeres negras sufrían una doble o triple opresión por ser mujeres, por ser negras y por ser trabajadoras, no era pensable establecer una jerarquía entre las diferentes luchas, poniendo una en primer lugar en detrimento de las demás.

El feminismo estadounidense y el Black Power también influenciaron profundamente al británico, que, más que ningún otro, mantuvo un provechoso diálogo con el movimiento obrero, también gracias al hecho de que el Partido Comunista Británico era tan débil que fue incapaz de ejercer una influencia significativa, como sí sucedió en cambio en países como Francia e Italia. En Gran Bretaña, por tanto, los primeros grupos de liberación de la mujer, nacidos a finales de los años sesenta, mantuvieron una estrecha conexión ya fuera con el movimiento estudiantil o con el movimiento obrero, tomando parte también en los debates sobre el control obrero y sosteniendo las luchas sociales de las trabajadoras.

El feminismo, inspirado por la idea de la relación entre casa y trabajo, producción y reproducción, vida doméstica y trabajo asalariado, intentó crear un movimiento conjunto con los trabajadores y los usuarios de los servicios públicos en pos de una reforma radical del Welfare State que pusiera en cuestión, ya fuera la división de roles en el seno de la familia o la división sexual del trabajo.

En Italia nació en 1965 el primer grupo feminista, el Demau, “desmistificación del autoritarismo patriarcal”, que publicará en 1966 su Manifiesto programático. La contestación juvenil, que en Italia se entremezclará a partir del 69 con el fuerte ascenso de un nuevo movimiento obrero, muy radical y joven, para atravesar de ese modo casi toda la década siguiente hasta el potente movimiento del 77, sentará las bases para el nacimiento de un feminismo nuevo algunos años más tarde. De hecho, como sucedía en otros lugares, el nuevo feminismo italiano en la mayoría de los casos estaba compuesto, por mujeres jóvenes procedentes del movimiento del 68 y a menudo pertenecientes a varias organizaciones de la Nueva Izquierda que se formaron inmediatamente después.

En 1970 nacieron los grupos de Rivolta Femminile y Anabasi y Carla Lonzi escribió Sputiamo su Hegel [Escupamos sobre Hegel], el texto fundador del nuevo feminismo italiano. Pero el punto álgido del movimiento se dio en los años comprendidos entre 1974 y 1977. En 1973 se celebró en Pinarella el primer encuentro nacional de los colectivos feministas que entonces se iban multiplicando por toda Italia.

En 1970 se había introducido finalmente el divorcio en el ordenamiento jurídico. En 1974 los italianos fueron llamados a votar en referéndum la derogación de la ley, pero más del 59% de los votantes se opuso a su derogación y se pronunció por su mantenimiento. La campaña por el aborto de 1975 se concluyó con una victoria y la aprobación, en 1978, de una ley que, si bien presentaba graves límites, introducía por primera vez la posibilidad del aborto legal y gratuito.

El feminismo italiano también fue influenciado por el feminismo radical estadounidense y encontró una fuente permanente de inspiración en el psicoanálisis y la “French Theory”. Mientras el movimiento feminista, empujado en esa dirección por la hostilidad particular del PCI y de las organizaciones políticas de la Nueva Izquierda hacia las formas de organización autónoma de las mujeres, invocaba entre otras cosas la vía del separatismo, en el seno de los sindicatos se desarrollaba una oleada de movilización femenina sin precedentes. Esta sindicación de las mujeres estaba en parte ligada al crecimiento del empleo femenino: de los nuevos empleados entre 1973 y 1981, sólo 253.000 eran hombres, mientras que 1.247.000 eran mujeres. Pero la influencia de los movimientos sociales y el clima que se creó en el país fueron determinantes. Los primeros colectivos de mujeres sindicadas se formaron en 1975 y se desarrollaron particularmente en los centros industriales, donde era más intensa la militancia de la clase obrera.

Como en Italia, también en Francia el año 68 se caracterizó por el silencio de las mujeres, quienes en el seno del movimiento no encontraron posibilidad alguna de expresión y de protagonismo. En Italia incluso se llegó a acuñar la expresión “ángel del ciclostil”, que reformulaba la definición de “ángel del hogar”: como decir, de la cocina a la impresión manual de octavillas, la división sexual de los roles no cambia. El movimiento feminista francés de los primeros años sesenta presentaba características análogas a las de los movimientos estadounidense e italiano. Estaba compuesto mayoritariamente por mujeres jóvenes que frecuentaban el ambiente universitario y provenían del movimiento estudiantil y de la izquierda revolucionaria.

El 26 de agosto de 1970 algunas mujeres depositaron flores en la tumba del soldado desconocido de París declarando: “¿Quién es más desconocido que el soldado desconocido? ¡su mujer!” Con este acto simbólico se afirmaba por primera vez en los medios de comunicación de masas el Movimiento de Liberación de las Mujeres (MLF), un movimiento no mixto, que tuvo entre sus inspiradoras a Monique Wittig.

El 5 de abril de 1971, causando un shock en la sociedad francesa, 343 mujeres publicaron en Le Nouvel Observateur un manifiesto en el que declaraban haber abortado. Era el principio de la campaña por el aborto que se concluirá con la aprobación de la ley en 1974. A su vez, grupos y colectivos feministas se habían formado en toda Francia, en los barrios, los centros de trabajo, en la Universidad, uniendo la reivindicación de la libertad de disponer del propio cuerpo a la crítica del patriarcado y del sexismo también en las organizaciones mixtas del movimiento obrero y de la Nueva Izquierda.